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viernes, 2 de diciembre de 2016

MI CONFERENCIA en la FERIA del LIBRO de GUADALAJARA

FIL-GDL 2016
Lectura en Voz Alta para una Latinoamérica lectora. Ayer, 1º de Diciembre, 2016.

Agradecimientos... Buenos días... Voy a empezar leyéndoles un cuento, muy breve, de mi libro Soñario...

Confiscaciones
Sueño con mi hermano que está en la cárcel y el sueño deviene pesadilla. Le confiscan todos los textos que él escribe: cuentos manuscritos en restos de diarios y revistas, hojitas de papel higiénico, pedazos de papel de envolturas, siempre con letra menuda, milimétrica. Usa lápices cortitos, restos de biromes forzados con saliva. Borronea sus historias, urdidas con tenacidad de hormiga.
            En cada requisa le quitan todo, no hay forma de esconder los papelitos. Pero él sigue escribiendo, tozuda, infatigablemente. Ha escrito más de 70 cuentos, e innumerables poemas, algunos de los cuales alcanzó a leérselos a sus camaradas, y aun a los presos comunes. Todo el Penal sabe que es escritor y algunos reclusos le cuentan historias con la esperanza de que él les dé forma literaria. De todos los pabellones le piden relatos y poemas, los presos los memorizan y repiten, y algunos textos, incluso, circulan en copias manuscritas del mismo modo minúsculo y con iguales letras infinitesimales.
            Pero siempre una requisa destruye aquella obra de hormiga carcelaria, como las inundaciones o los incendios que arrasan con todo.
            Yo sueño ahora que él me dicta y yo escribo esos sueños, como si estuviéramos condenados a reescritura perpetua.
            Despierto completamente exhausto.

Bueno, en lugar de empezar teorizando nada, me pareció mejor leerles un par de cuentos para compartir una idea que subrayo en cada oportunidad, y que desarrollé en mi libro Volver a leer. Propuestas para ser una nación de lectores. La idea es ésta: La lectura en voz alta es la mejor estrategia para el fomento de la lectura. Y hay otra idea que practicamos en nuestra Fundación: Si queremos que los chicos y los grandes lean, empecemos leyéndoles. Un cuento, un poema, no hacen mal a nadie y jamás requieren un esfuerzo extraordinario.

Durante muchos años, y de acuerdo con Jim Trelease y su Manual de la Lectura en Voz Alta, un libro para mí revelador de cómo es posible alcanzar el sueño de una sociedad de lectores, he sostenido estas ideas en conferencias, en visitas a escuelas y en diálogos con maestros y bibliotecarios, y creo que no ha sido una prédica inútil. En conversaciones con Michele Petit y otros destacados especialistas en fomento lector, coincidimos siempre en que la práctica de la lectura en voz alta es no sólo incesante y creciente en el mundo, sino que acaba por convertirse en sistema de vida, y sus resultados son siempre sorprendentes. Por eso la lectura y los libros son el camino natural hacia el conocimiento. Son la llave más práctica, amena, sensible, eficaz y de bajísimo costo económico.

En mi país, que durante buena parte del siglo pasado gozó de un cierto prestigio cultural, fue el autoritarismo y la censura la causa del desastre que vivimos posteriormente. Y ese fenómeno fue el mismo que imperó en Chile, y en Uruguay, en Bolivia, Perú y por supuesto en Brasil. En casi todos los países de Nuestra América los dictadores impusieron la perversa idea de que la lectura era subversiva, disolvente, socialmente peligrosa. Y ésa fue la causa profunda del atraso y en algunos casos el desastre educativo que encontramos en la recuperación democracia de los años 80 y 90. No creo exagerar si propongo pensar que después de décadas de gobiernos autoritarios, de ferocidades militares y sociales como las que describió para siempre lo que en Literatura llamas "la novela del Dictador", la lectura resultó un sobreviviente maltrecho, golpeado, flaco y casi sin futuro. Propongo pensar un segundo en las sociedades descritas por Miguel Ángel Asturias en "El Señor Presidente", Alejo Carpentier en "El recurso del método", Gabriel García Márquez en "El otoño del patriarca" o Augusto Roa Bastos en "Yo el Supremo". Pensemos en los climas sociales ominosos que nos legaron y entenderemos el drama educativo resultante, el atraso conceptual de tantos procesos americanos, y sobre todo podremos valorar el extraordinario aporte de la lectura a la recuperación de nuestras democracias. Hoy imperfectas, qué duda cabe, pero en las que al menos podemos darnos cuenta del desastre económico y social que estamos intentando corregir.

Con excepción de México y Cuba, que en los años 60, 70 y 80 del siglo pasado vivían experiencias resultantes de procesos revolucionarios también imperfectos pero que al menos daban un espacio fundacional a la educación y la alfabetización, el resto de Latinoamérica demoró bastante en despertar a las nuevas conciencias lectoras. Los estragos producidos hasta hace 30 o 40 años eran un imperativo del que muy pocos, poquísimos, eran conscientes. Se había dañado profundamente la idea de la lectura como único camino hacia el saber y el conocimiento. La recuperación de la lectura popular como resultante de políticas de estado de lectura demandó mucho tiempo y esfuerzos para alcanzar los grados de conciencia que hoy tenemos en toda nuestra geografía.

Los nuevos procesos de fortalecimiento conceptual, dirigidos a alcanzar e instalar sistemas educativos más conscientes del rol directriz de la Lectura sobre las conductas sociales, en Latinoamérica todavía no terminan de atravesar tormentas y retrasos. Como ahora mismo sucede en muchos países hermanos, subsumidos nuevamente en los desastres que producen las políticas neoliberales que sólo traen, y en nuestro continente están trayendo, consecuencias feroces, ahora en democracia.

La gran tarea de impulso a la lectura en Nuestra América durante los últimos, digamos, veinte años, fue extraordinaria. Aquí en México y en Brasil, en Argentina y en Colombia, en Venezuela y en Perú y donde miremos, los Planes Nacionales de Lectura jugaron un papel fundamental. Porque su accionar fue triple: primero reinstalar en el imaginario colectivo el prestigio de la lectura como fundante de la educación y de toda posibilidad de ascenso social; segundo, fomentar estrategias de lectura para construirnos, o en el caso de la Argentina volver a ser, países lectores; y tercero, reinstalar la lectura en voz alta como la estrategia más audaz, poderosa y eficaz para el cambio social.

Fue y es un hecho saludable y estimulante comprobar que en nuestro continente ésta no es una prédica inútil. En Argentina, que es el caso que más conozco porque hace 30 años que trabajo allí en esta materia, llegamos a conseguir esos tres objetivos y por eso hoy –aun adoloridos ante el fenomenal retroceso democrático de este último año– todavía estamos en buenas condiciones de resistir. Y lo estamos haciendo.

En la realidad en que me desenvueldo, junto con centenares de promotores de lectura cada vez más y mejor capacitados, nuestras primeras comprobaciones se dieron en el contexto de la crisis del año 2001, que en la Argentina fue como una bomba de neutrones sobre la sociedad. En nuestra Fundacion empezamos entonces con el Programa de Abuelas Cuentacuentos, que hoy es emblemático de nuestra institución y que en la última década transferimos gratuitamente al PNL y a PAMI, que en mi país es la organización social-asistencial para la población de la llamada tercera edad.

Frente a aquel desastre social nosotros respondimos, más románticos que convencidos, con lecturas públicas de poesía y con las abuelas visitando comedores infantiles de las barriadas más empobrecidas de capitales de provincia, como la ciudad en que resido y trabajo, que paradójica y emblemáticamente se llama Resistencia. Y también empezamos a dictar seminarios gratuitos para docentes y bibliotecarios, y emprendimos muchas otras acciones que tenían en común una única estrategia decisiva: ¿En qué consistía, qué hacíamos? Dábamos de leer, como quien da de comer, o da de beber al sediento. Siempre en voz alta, siempre en grupos, siempre como acción gratuita y siempre enseñando lo fácil y amorosamente que se podía reproducir. Y no nos equivocamos.

Y es que la lectura en voz alta es, como dice Trelease, “una de las más económicas, simples y antiguas herramientos de enseñanza”. Y eso se deriva del hecho simplísimo de que no hay nada menos costoso para darle a un semejante que la palabra.

Por eso la estrategia de la lectura en voz alta consiste, en esencia, en algo extremadamente sencillo: se empieza empezando a leer. Y mejor si se lee con voz clara, amorosa, amena, contenedora y de manera constante. ¿No se supone que eso debe ser natural en los papás y las mamás, y en los abuelos, los maestros y los bibliotecarios? Ellos son los que deciden cuándo, qué, cuánto, cómo y dónde leer en voz alta. Para todo lo cual no hace falta nada más que decisión, generosidad y un buen texto en la mano.

Y este punto es fundamental: si leemos en voz alta, si damos de leer a quien nos escucha, confiado y expectante, es mucho mejor leerle palabras que constituyen un hecho estético y a la vez significante, es decir Literatura. Así la lectura en voz alta resulta un instante luminoso, una ráfaga, que eso son la poesía y el cuento. Seguramente al igual que muchos y muchas de ustedes, yo aprendí esto en mi casa, cuando era niño. Me crié, como no dudo fue el caso de muchos de los aquí presentes, escuchando las lecturas que compartían mi madre y mi hermana, entre ellas y con sus amigas. O sea: jamás nadie me incitó a leer, pero yo me crié entre gente que leía. ¿Se entiende la diferencia? Nadie predicaba la lectura. Nadie decía "hay que leer". Nadie imponía nada. Pero se leía, simplemente todos los días y a cualquier hora alguien leía y compartía, un texto hoy, ahora, y otro después. Y yo, niño, veía eso e imitaba como hacen todos los niños del mundo. Leer, así, era una práctica cotidiana que embellecía la vida, y le daba significado, rumbo, consistencia.

¿Qué problema presentaba la lectura, entonces? Ninguno. El nuestro era un hogar humilde, de clase media media, mi padre tenía instrucción básica, apenas tercer año de primaria, y mi madre era maestra de piano. ¿Por qué razón iba a ser allí un problema la lectura? Al contrario, era un placer incomparable. Leer en soledad me permitía después sumergirme en los meandros de mi imaginación, a la que toda lectura estimula.

El problema de la lectura —y de la lectura en voz alta— se me planteó mucho después, pero no en relación a mi persona sino a mi condición de ciudadano, cuando vi a mi patria atropellada por quienes nos querían condenar a la ignorancia y la insolidaridad; cuando los índices de analfabetismo creciente delataban el desastre educativo que se imponía en la Argentina. Entonces ya era un hombre grande y sentí que algo debía hacer frente a eso. Y retorné a mi infancia, simple y figurativamente, y tomando el ejemplo de mi maestro mexicano, el inolvidable Edmundo Valadés, fundé en 1991 la primera revista dedicada con exclusividad al género cuento de la Argentina, que se llamó Puro Cuento. En obvio homenaje a la célebre El Cuento, que fundaran aquí en México y en 1939 Don Edmundo y vuestro genial tapatío Juanito Rulfo. Y luego fundamos otra, la primera revista de literatura infantil de la Argentina en la recuperación democrática, llamada Puro Chico.

En aquellas dos revistas nos planteamos el problema de la lectura como eje de la conciencia democrática. La lectura construye ciudadanía, nos dijimos, y ése fue un motor fenomenal para dirigirnos y llegar a los pequeños lectores. Sabíamos que los niños eran el sujeto que le daba razón a nuestro trabajo, y nos maravillaba comprobar que nos leían y escribían cartas, nos mandaban sus opiniones, reclamos, deseos, y también sus historias y sus rimas. Y nos dimos cuenta de que los más pequeños entraban a ese mundo de la mano, o sea por medio de la voz, de sus mayores. Y así vimos que no había mejor mediación que la lectura en voz alta practicada por los grandes, si los grandes sabían dirigirse al corazón de sus niños y niñas. Nuestro rol era el de publicar textos de calidad, o sea capaces de sembrar el amor a la buena literatura. Que es la puerta de oro para entrar al mundo de la lectura.

En 1987 María Elena Walsh, que era frecuente lectora de Puro Cuento, me contó que ella se había criado escuchando cuentos en verso y poesías narrativas en voz alta. Las nursery rhymes (versos para niños) que cantaban en la escuela, decía ella, y que "en una cuarteta te contaban un cuentito, una historia. Tenían principio, medio y final, que a veces era dudoso, generalmente dramático. Versificado, tenía estructura de cuento". Eso cantaban, eso contaban, eso recitaban y en voz alta: Literatura.

La lectura en voz alta también favorece, de hecho, la convicción libresca, heterodoxa pero inclaudicable, que en cada caso estimula la libertad y la curiosidad pero también el buen leer, de pie y en voz alta, como se enseñó durante décadas en todas las escuelas de mi país, hasta que los energúmenos en el poder –militar pero también civil y empresarial y eclesiástico– impusieron la idea perversa de que leer era peligroso, leer era subservivo. Y mutilaron a la lectura como socia necesaria de la educación.

Por eso hoy lucho para subrayarles, a maestros y bibliotecarios, y a cada madre y cada padre, la importancia fundamental de las primeras lecturas en voz alta. Que son las que forman personas, futuros ciudadanos, porque son lecturas amorosas, contenedoras y que transmiten seguridad. Con Trelease, lo recomiendo incluso a las embarazadas: léanle en voz alta al hijo que viene, y después al bebé desde que nace. Que escuche la voz de su madre leyéndole en voz alta, que es la mejor manera de brindarle amor y comprobaciones sencillas. Esa lectura es capaz de calmar a los bebés, los alimenta por boca y por espíritu, los ayuda a construir su vocabulario, sosiega sus inquietudes, los entretiene cuando están inquietos o aburridos, les explica los lazos parentales y el tamaño y comportamiento del mundo en que viven, a la vez que alienta su curiosidad, fortalece y facilita su camino hacia el conocimiento y el saber, y les ofrece placer y alegría.

Todo eso queremos para nuestros hijos. Entonces brindémoslo mediante la lectura en voz alta. Que así se va asociando a lo mejor de la vida. Porque el placer de la lectura sí se puede inculcar, enseñar y transmitir con nuestra voz, leyendo buenos y breves textos de la gran literatura universal. Por eso la lectura en voz alta, paciente y apacible, estimulante y en lo posible divertida, jamás es rechazada por niño alguno. Hagan la prueba y verán: ningún niño pedirá que no le lean en voz alta. Ninguno dirá: “no quiero que me leas”.

La lectura en voz alta es el mejor camino para crear lectores, simplemente compartiendo palabras que nos vinculan. Por eso para leer en voz alta no hace falta “saber” de literatura ni de libros. Sólo hacen falta ganas, decisión y un poquito de tiempo, unos pocos minutos para leer un cuento, una poesía, un artículo de revista o de la web. El que escucha, de cualquier edad, sabrá mostrar su interés o manifestar su desinterés. Y en tal caso habrá que saber acomodarse y eso es todo. Por eso no hace falta tomar cursos de literatura infantil, ni asistir a talleres de lectura o de escritura. No se requiere ningún esfuerzo o talento especial. Sólo hay que leer. Generosamente, intensamente si es posible, histriónicamente si el texto lo propone. Leer en voz alta conlleva siempre la posibilidad de un encuentro precioso con quien nos escucha.

Y esto es así porque, como señala Trelease, la lectura en voz alta “suministra los cimientos de la lectura” y porque “la comprensión oral (escucha) aparece antes que la comprensión lectora”. Michéle Petit también coincide en esa idea de que antes del libro está la voz.

Por eso la cuestión del vocabulario es esencial, porque todo niño va a la escuela a aprender mediante las palabras. Y es obvio que los niños que llegan a la escuela con vocabulario más rico tienen mejores posibilidades, a la vez que los niños con menos recursos verbales tienen más dificultades.

La pregunta entonces es: ¿dónde aprenden los niños más palabras? ¿Cómo alcanzan un vocabulario más rico? La respuesta es: en la lectura en voz alta, que además de mejorar su capacidad de escucha los familiariza con un léxico mejor provisto, lo que les permitirá entender más y mejor lo que se les enseña en la escuela. Y más aún: en cuanto el niño empiece a leer por sí solo, el vocabulario que llevará de la casa a la escuela será determinante de su comprensión. Por eso en la lectura en voz alta no importa tanto esa preocupación. Porque cuando se le lee en voz alta, el niño incorpora en el acto el gesto y naturalidad de la lectura, el objeto libro y la narración como parte de la vida. Y cuanto más pequeño sea el niño, mejor. No hay que esperar ni un segundo. Y no importa si el niño “no entiende”. Incluso, quizá sea mejor que "no entienda". Porque a ver si queda claro: se trata de leer en voz alta, no de discutir o cuestionar el entendimiento del que escucha. Ya se encargarán ellos, si quieren y de diversas maneras, de hacernos conocer sus opiniones y gustos.

Por cierto, en una encuesta que hicimos en 2013 obtuvimos datos muy interesantes sobre la lectura en voz alta. Casi la mitad de los encuestados (el 46%) recordó haber sido estimulado a leer cuando era niño/a. El 73% reconocía que "sí, en algún momento de su vida alguien le leyó en voz alta". El 44 % recordó que esos lectores fueron sus maestros y profesores, y el 29 % dijo que siendo niños les leían sus familiares y amigos. Todo eso había que recuperar.

Estoy diciendo, como ustedes advierten, que no es posible educar sin lectura. Es imposible la educación sin libros, sean de papel o ahora virtuales. Son insustituibles, porque el libro en la escuela representa una idea totalizadora y canonizadora del saber, e incorpora conocimientos y desarrolla el imaginario, únicos modos de moldear un pensamiento crítico.

Por eso, incluso, y permítanme la digresión, muchos dudamos de ciertas modas pedagógicas que surgieron desde los años 60. Quizás con las mejores intenciones, pero a mi juicio equivocadamente, muchos educadores creyeron que la clave de la lectura estaba en otro lado: en la comprensión. Se suponía que el acento debía ponerse en la “comprensión lectora”. Todavía hoy se escucha esta preocupación al menos en mi país. Pero sin comprender, valga la paradoja, sin comprender que el problema de la no lectura no se resuelve debatiendo la comprensión de los textos. Que no está mal. Pero antes de comprender hay que leer. Y para poder comprender es imperativo primero leer. El problema que muchos maestros se planteaban entonces era más o menos éste: ¿Cómo enseñamos a los alumnos a que comprendan lo que leen? Responder ese interrogante condujo a arduas formas de decodificación textual, a excesos de lingüística no siempre bien digerida y a arduas labores académicas que, sin embargo, no respondían a las necesidades de las aulas.

No sé aquí en México, pero en el Sur la enseñanza de la literatura se convirtió en una especie de ciencia exacta con arduos interrogatorios sobre significantes y significados, contenidos y prosodias, análisis gramaticales, lexicales y de imaginarias intencionalidades autorales. Y la lectura en voz alta empezó a ser dejada a un lado. Lo cual dificultó, en realidad, los procesos de aprendizaje, porque sobre todo en los niveles iniciales lo que la gran mayoría de los alumnos necesita es un correcto manejo de la lengua, una correcta expresión escrita y la oportunidad de leer en libertad. Y nada es mejor para lograr eso que la lectura en voz alta.
           
Por eso, y dada la eliminación de la hora de lectura escolar en voz alta que disfrutaron varias generaciones, propusimos y logramos, entre 2003 y 2015, un fuerte desarrollo del deseo de leer libremente. Y así titulamos Leer por leer a la que es hoy la colección de libros de edición popular que preparamos para el Ministerio de Educación de la Nación, y que todavía hoy es la mayor colección de lecturas gratuitas que circula, en millones de ejemplares, en todos los establecimientos educativos argentinos.

El resultado fue fabuloso, pero hoy está en peligro nuevamente. En los últimos años se erradicó el analfabetismo en mi país, pero nosotros sabemos que la educación, las políticas de estado de lectura, la literacía aplicada con sentido social no es un destino, sino un continuo. Es un camino infinito, que no termina jamás. Y por eso cuando retorna el oscurantismo, como ahora mismo en Argentina y en Brasil, la emergencia se agrava velozmente. La destrucción de hecho del PNL en mi país, la eliminacion por razones dizque presupuestarias de una decena de programas educativo-lectores, la cancelación del rol del Estado como productor y dador de lecturas, el abandono de un programa extraordinario que se llamó Conectar Igualdad y que entregó 5.5 millones de computadoras gratuitas a igual número de estudiantes, son evidencias alarmantes.

Si en los años de la Dictadura se impidió toda pedagogía de la libertad, tampoco la pedagogía de la lectura pudo subsistir. Por eso se malorientó, y se condenó a muchos docentes, a enseñar formalismos y formulismos vacíos. Y también por eso después, mientras la Democracia y las políticas públicas no sabían o demoraban demasiado en corregirse, sucedió que entre otras cosas llegó el marketing desenfrenado de editoriales que desembarcaban sus cargamentos de libros con “propuestas de trabajo" que no resultaban más que fatigosas e inútiles inquisiciones, con actividades inservibles y con análisis e interpretaciones que –lamento decirlo y sé que es duro– en los hechos fueron formas perfectas de matar el deseo de leer y anularon la lectura en voz alta.

Así también lo he visto y veo en muchos países hermanos, donde he colaborado con varios PNL. Observé y observo todavía cómo muchos docentes se contagian de retóricas “produccionistas” que, trasladadas a los alumnos, lo único que logran es que los muchachos y las chicas huyan de la lectura... Y encima la manía de “evaluar” todo como propone la OCDE a través de las pruebas PISA en las que siempre salimos mal, entre otras cosas por su dirección economicista. Y a consecuencia de ello la manía de condenar la "poca comprensión lectora de los estudiantes", culpabilizándolos a ellos de lo que son en realidad víctimas. Bueno, esto y mucho más cambió los sentidos, y alejó al sujeto de su objeto, o sea a los lectores de la lectura. Por eso muchos seguimos a Trelease y su poderoso sentido común que en los Estados Unidos y en Japón, y en Polonia y otros países, estimuló una revolución pedagógica hace 30 años con su prédica de que “la lectura en voz alta es mucho más importante que los módulos, las tareas, los cuestionarios, los informes de lecturas y las tarjetas didácticas”.
           
Es urgente, y sería más fácil de lo que se cree, cambiar la forma de leer e incluso enseñar la mejor Literatura. Si realmente queremos que los alumnos sean lectores capaces de construir significados, y si queremos encarrilarlos en el sendero del pensamiento propio, autónomo, libre y audaz, y si queremos hacer de ellos lectores libres, autónomos, con criterio propio y además ciudadanos solidarios, habría que cambiar los planes de estudios y promover decididamente la lectura en voz alta.

En la escuela latinoamericana la lectura en voz alta debería considerarse prioritaria y por eso sorprenden tanto las resistencias que todavía encontramos. Es urgente recolocar a la lectura en una categoría superior de la labor educativa.
           
Estoy convencido de que es un error que el así llamado "problema de la lectura" se piense y analice casi siempre con los ojos puestos en los chicos. Porque en verdad la lectura no es un problema de los chicos. Los chicos leen cada vez más, al menos en mi país y en Brasil y en Chile, países que conozco bien, y eso es así gracias a la acción sostenida del Estado en los últimos 10 o 12 años, a través de los PNL y de la acción en paralelo de muchas entidades, tanto públicas como privadas, como nuestra Fundación. Todo eso hoy corre peligro por las políticas de ajuste y desfinanciamiento educativo y cultural que imponen brutal y velozmente los gobiernos neoliberales.

El problema de la lectura, el verdadero problema de la lectura repito que no es de los chicos, hoy, sino de los grandes, que son los que menos leen, o no leen. Y esto incluye a la mayoría de los maestros, pues son muchos los que en mi país, insólita y dolorosamente, no leen, y a muchísimos bibliotecarios que tampoco son lectores. Y yo pienso que eso se debe en gran medida a que los planes de estudio universitarios están plagados de técnicas de catalogación, cómputos y archivología, pero no incluyen materias como Literatura Universal, Literaturas Clásicas, Literatura Latinoamericana y a veces ni siquiera las nacionales.

No sé si he sido claro y eficaz en lo que quise decir. Sólo les agradezco la oportunidad de reflexionar esta cuestión que me parece capital para la educación latinoamericana. Les ruego disculparme si he sonado muy enfático. Y les agradezco mucho la atención y me despido como empecé: leyéndoles un cuento brevísimo.

Alguien del otro lado

Sueño que en un sueño me encuentro ante una luz enceguecedora que me da de lleno en los ojos. No puedo ver nada, no distingo lo que hay del otro lado. Pero sé que hay alguien.
            —¿Dónde estoy? —pregunto, angustiado— ¿Quién está ahí?
            —Adivine —me responde una voz fría y superior.


Muchísimas gracias.@

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