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viernes, 1 de mayo de 2015

"Los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías"

Mi conferencia en la Biblioteca del Congreso de la Nación, el
24 de Abril de 2015, en la apertura de la 
Jornada Académica de la Sección América Latina y el Caribe IFLA
“Las Bibliotecas frente al desafío del acceso a la información"

"Los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías"

Para hablar de los bibliotecarios ante el reto de las nuevas tecnologías, me parece necesario, ante todo, establecer de qué bibliotecario hablamos. ¿Del profesional que trabaja en las bibliotecas universitarias, el de la Biblioteca Nacional o el de esta Biblioteca del Congreso de la Nación? ¿Del bibliotecario especializado, por ejemplo de los Ministerios de Economía, de Planificación, de Ciencia y Tecnología u otros? ¿O del bibliotecario que toma mate cocido con bizcochitos y recibe dos o tres visitas por día en una biblioteca de aula del Impenetrable? ¿O de una veterana bibliotecaria de Tilcara, o del que atiende en un remoto paraje del centro de la provincia de Santa Cruz, o en el medio de Chubut?

En este país asombroso, en esta Argentina hoy tan llena de talentos como de ignorantes, tan completa de gente buena y trabajadora como enferma de resentimiento, envidia y odio, también en materia de bibliotecas y de bibliotecarios hay de todo... Y todo lo que hay es fruto, ora dulce, ora amargo, de nuestra historia contemporánea. Una historia en la que la lectura fue el gran factor de crecimiento y desarrollo social, y en el que las bibliotecas jugaron un papel fundante a la par de la educación pública, de acuerdo al ideario genial de ese argentino tremendo, contradictorio, cuestionable pero siempre admirable que fue Domingo Faustino Sarmiento. Padre fundador de la educación y de la bibliotecología en nuestro país.

Ese ideario instaló el paradigma lector que construyó esta nación. Una nación colmada de bibliotecas: las Populares de la Conabip, las municipales, las de cada Universidad, nacional o privada, e incluso las de diferentes facultades; las de instituciones intermedias y ONGs como la que yo presido en el Chaco; las de Bancos, Empresas, Clubes, Sociedades de Fomento, Cooperativas y centros comunitarios.

¿Saben los dirigentes y funcionarios, y nuestros legisladores, cuántas bibliotecas hay en la República Argentina? Alrededor de 50.000... Es un número extraordinario, que forma un entramado que es tan vasto y complejo como el tejido social de nuestra nación y corona aquel sueño de Sarmiento cuando dispuso la creación, en 1870 y mediante la Ley 419, de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip). Fue gracias a eso que la Argentina se constituyó en el país más lector de América Latina e incluso de toda la lengua castellana. Fuimos el principal productor de libros del continente; el primer exportador de libros y revistas a toda América y a España; e incluso todo el conocimiento universal —en la literatura, la filosofía, la ciencia y la tecnología— se traducía al castellano aquí en la Argentina y desde aquí llegaba a nuestros pueblos hermanos. Todo latinoamericano de más de 50 años de edad recuerda hoy los libros y revistas argentinos. Generaciones de americanos se educaron con Billiken, leyeron las colecciones Tor, Rastros y muchas más, leyeron cuentos en las revistas Leoplán, El Hogar y Vea y Lea, y la revista El Gráfico informó deportes a generaciones americanas a la vez que millones de libros salían de nuestras imprentas. Éramos, qué duda cabe, una nación de lectores que llevaba sus lecturas, y con ellas su cultura, a toda Nuestra América.

Aquello fue posible porque el imaginario social, desde fines del Siglo XIX, estuvo vinculado a la lectura. Los gringos inmigrantes que fueron nuestros abuelos, como los criollos que también lo fueron, estaban todos convencidos de que el ascenso social de sus hijos y nietos no era nada más una ecuación económica, sino que dependía fuertemente de la lectura como camino hacia el saber y el conocimiento. Por eso los sindicatos, los primeros partidos políticos, las sociedades de fomento, los clubes de barrio y hasta las cooperativas se organizaron alrededor de bibliotecas. El viejo sueño de "M'ijo el Dotor" sólo podía cumplirse si se leía. Y así la lectura fue protagonista poderosa de la construcción de aquella Argentina sin analfabetos y cuyo consumo de libros y revistas era altísimo y constante.

Hasta que todo eso se perdió. ¿Cuándo y por qué? La respuesta es una sola: cuando la lectura y el libro fueron demonizados. Cuando la Argentina dejó de ser una sociedad lectora, maligno producto del discurso dictatorial, autoritario y perverso de que el libro era subversivo. Discurso que prendió en casi todos los sectores sociales, particularmente en los más atrasados, que como siempre sucede —y sucede ahora mismo— son los que aceptan y adoptan ingenuamente las peores ideas... Hace apenas cuarenta años en este país el libro era subversivo porque el saber lo era. El conocimiento, el pensamiento, la libre expresión de las ideas eran considerados peligrosos. Los libros se quemaban, y editoriales y bibliotecas enteras fueron destruídos, y decenas de escritores y poetas asesinados. Yo no sé ustedes, pero yo quemé libros en aquellos años. Entre los peores recuerdos de mi vida está pasarme noches enteras rompiendo e incinerando libros y revistas en el baño de mi pequeño departamento. El miedo me condujo a la humillación de quemar y destruir los libros que yo amaba. Fuimos muchos los argentinos/as que quemamos y enterramos libros, o los abandonamos en calles y plazas por puro miedo.

Fue así como, en el imaginario colectivo, la lectura y el libro que habían sido fundantes de la aspiración de ascenso social, terminaron siendo otro desaparecido de la Dictadura.

O sea que venimos de las sombras, de aquella época espantosa en la que el libro y la lectura eran condenados, perseguidos, porque los dictadores y los censores decidieron e impusieron que leer era subversivo y por ende peligroso. Esas sombras están a poca distancia y por eso todavía estamos pagando las consecuencias.           

Ahora bien, después de aquel período ominoso la verdad es que la recomposición editorial y del sistema bibliotecario, ya en Democracia, en nuestro país fue y sigue siendo un hecho extraordinario. No creo que haya otro país en el mundo con una base bibliotecológica como la que tuvimos y tenemos; ni tampoco una que haya sido destruída igual, ni una que haya iniciado una recuperación como la nuestra. Todo lo cual habla de una pasión libresca que no consiguieron matar. Una pasión y una vocación que yo todavía juzgo sana. Si no intacta, sí sana. No vencida, no descartada, y pasión, además, que nos tiene hoy aquí buscando pensar y explicar, como ahora mismo, qué vamos a hacer, como seguir andando y cómo adecuarnos e esta era cibernética que nos plantea, tal el título que me propusieron y yo acepté, "el reto de las nuevas tecnologías".

Y entonces a mí me surgen más preguntas: ¿de qué tecnologías hablamos? ¿De la computación, las nanotecnologías, la robótica, las redes sociales, el desarrollo ingenieril que ya hoy permite ver y creer lo que hasta ayer nomás era increíble? Recuerdo que en 1987 u 88 fui invitado a un congreso de literatura en Santiago de Chile, y discutiendo la entonces novedad de las computadoras portátiles yo imaginé un mundo futuro y lejano en el que se podría leer un Don Quijote electrónico. Y en 1995, en el Congreso Argentino de Literatura, en la UNNE, sostuve que podía imaginar a mis tataranietos, a finales del Siglo XXI, leyendo Don Quijote en algún exótico sostén y con sólo tener la voluntad de hacerlo. Pasaron sólo veinte años y hoy mi hija lee Don Quijote en su celular.

Hoy somos conscientes de que los avances de las tecnologías y la maravilla del mundo hipercibernético que vivimos superan todo lo imaginado por la especie humana. La pregunta que surge, entonces, me parece que es ésta: ¿Qué vamos a hacer frente a esta nueva realidad? ¿Desesperarnos? ¿Negar el tsunami que se nos viene encima? Yo estoy convencido de que el ingenio humano es capaz de lo mejor (y de lo peor también, desde ya, pero prefiero ser optimista) y por eso suelo inventariar todo lo bueno que nos dio el constante avance tecnológico del siglo pasado. Mi bisabuelo llegó de Italia y no conocía el teléfono. Mi abuelo conoció el telégrafo porque era ferroviario de la línea Buenos Aires al Pacífico, luego FFCC Sarmiento. Mi papá conoció el teléfono y yo padecí Entel como ahora padezco Movistar. Y conocí el fax, y compré mi primera computadora en 1987 y hoy mis hijas y nietos viven en un mundo de celulares y me enseñan a mí cómo aprovecharlos mejor... Cada avance tecnológico mejoró el mundo en que vivimos y así lo prueban el automóvil, el avión, el aire acondicionado, las heladeras y un universo de electrodomésticos, y en los últimos 30 años la popularización de las computadoras, Internet, Wifi, infinitos dispositivos electrónicos y todo lo que viene, que parece superar lo imaginable.

¿Nos asustamos? Creo que, en general, ya no. Nos adaptamos. Y nos entregamos a las novedades, a veces con la similar, ingenua actitud de los pueblos originarios de nuestra América ante los conquistadores que de inmediato los violaban y explotaban y asesinaban a la vez que se apoderaban brutalmente de sus tierras, sudor y dignidad. ¡Y todo en nombre de Dios!

Ahora nos colonizan, es cierto, en nombre de otros fulgores, otros dioses llamados Coca-Cola, Apple, Microsoft, Fernet, MacDonalds, cervezas y un universo de marcas inaprenhensibles, imposibles de retenerlas todas, y ahí, en medio de todo eso, serenas y todavía robustas, heroicas y resistentes, las bibliotecas... Nuestras preciosas, queridas y siempre necesarias bibliotecas, que son las guardianas inviolables, casi incontaminadas, del Saber y la Poesía. Cancerberos inclaudicables del Conocimiento y la Literatura, la Historia, la Filosofía y las Ciencias.

El saber en todas sus formas está en ellas. El más amplio y confiable repertorio de las conductas e inconductas de la especie, están allí. Por eso las bibliotecas son el seguro Tesoro de la Humanidad. Y yo pienso que esas bibliotecas que amamos y que se dice a cada rato que su destino es desaparecer, van a seguir siendo necesarias y nosotros, escritores, editores, lectores, maestros, bibliotecarios, vamos a seguir necesitándolas. Llevo 30 años escuchando que el libro se muere, o que agoniza, o que está en proceso de extinción, y sin embargo está más vivo que nunca. Los editores de textos virtuales, incluso, ya no saben qué inventar para popularizar los e-books, que son fantásticos y tienen su público, pero no han matado al papel. Y también llevo 30 años escuchando que la lectura está en crisis y que los argentinos y los latinoamericanos ya no leen, y sin embargo mi experiencia de campo, concreta y en escuelas que visito todo el tiempo, es que cada generación lee más que la anterior...

Señoras y señores, dicho lo anterior creo que tenemos el cuadro en el cual discurrir, considerar, pensar el papel de los bibliotecarios ante el reto que imponen las llamadas TIC, o sea las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que son el futuro —se dice y se acepta— de la bibliotecología.

Aunque yo no estoy tan seguro de ello, me impongo pensar que el desafío cotidiano del bibliotecario, hoy, lo obliga a capacitarse y actualizarse, pero sobre todo —en primerísimo lugar siempre— lo obliga a seguir leyendo, y a leer mucho... Leer todo el tiempo, porque el bibliotecario no puede ser —no debe ser— solamente el archivista, el catalogador, ni tampoco el viejo policía del libro. El bibliotecario de hoy está en emergencia, jalado por tradiciones que no puede abandonar, y acaso no hay por qué abandonar, y a la vez sacudido por innovaciones tecnológicas velocísimas, cambiantes día a día y casi hora a hora porque hoy todo cambia rápidísimamente porque así lo exige el Dios Mercado. Es obvio que deberíamos poder trabajar perfectamente con cualquier computadora, pero la industria tecnológica es un verdadero carnaval de obsolescencias programadas para que tengamos que cambiar de equipos. Y ni se diga de los dispositivos electrónicos, que cambian todos los años, constantemente. Con lo cual nos pasamos buena parte del tiempo aprendiendo usos y capacitaciones que en uno o dos años serán seguramente sustituídos por obsoletos. Ésa es la más fenomenal perversidad del Mercado, que modifica constantemente los conceptos y también los domicilios del conocimiento.

En ese contexto, sumado a la crisis moral generalizada del mundo moderno, en que los valores, los principios y las conductas son cada vez más relajados, y donde los salarios siempre están retrasados, el bibliotecario deviene un sujeto zarandeado por múltiples y estresantes circunstancias que no siempre se tienen en cuenta, sobre todo cuando se piensa y se habla de las nuevas TIC como si fueran inocuas.

Al menos yo, jamás olvido que estamos hablando de seres humanos que son o deben ser, además, lectores. Y el bibliotecario debe ser un lector competente por definición. Es decir, un ser in-aprehensible, in-controlable. Porque la lectura, siempre, solamente conduce hacia la libertad. Y eso para el Poder —y sobre todo el Poder autoritario— es inadmisible. De ahí —es mi hipótesis y la enuncio sólo para pensarla en voz alta— la invención de todo tipo de cómputos, clasificaciones, fichas, tablas y fragmentaciones textuales, so pretexto de “orientar” a los jóvenes, o “desarrollar sus habilidades”, o “estimular la comprensión lectora” y muchos etcéteras, lo único que logra es la neutralización e interferencia de la libre interpretación del lector, anulando de paso el mero placer de leer por leer.

De ahí, también, la terminología economicista que invadió a la bibliotecología como invadió a la educación, de la Dictadura para acá, y que aún perdura en todo tipo de documentos nacionales y provinciales, y hasta está incorporada en la Ley Nacional de Educación. La bibliotecología, como el discurso pedagógico institucional todo, deberían rechazar fórmulas como “oferta educativa”, “calidad de servicio”, “usuarios” (que es un concepto ofensivo para la lectura), “productividad”, “salida laboral” y demás.

Desde luego que si ustedes esperaban una charla tecnológica, los estoy defraudando. Y es que no puedo dejar de considerar esta profesión desde el punto de vista humanístico y didáctico. He dedicado mi vida a la literatura y a la pedagogía de la lectura, de manera que falsearía todo lo pensado, escrito y creado si me dedicase ahora a promover nuevas técnicas, procedimientos, aplicaciones y cualesquiera novedades cibernéticas.

Es la Pedagogía de la Lectura la que no debemos perder de vista. O sea el estudio de las actitudes, habilidades y prácticas de lectura de una sociedad determinada, y en las cuales el bibliotecario moderno, contemporáneo, debe ser un maestro. La Pedagogía de la Lectura observa y analiza usos y costumbres, e investiga y propone el desarrollo de una sociedad de lectores. Se apoya en los mediadores de lectura, que son aquellos que actúan profesionalmente en el campo de la educación (docentes y bibliotecarios) y también en los mediadores familiares, que son los primeros y más cercanos inductores de lectura de toda persona.

El objetivo primero y principal de la Pedagogía de la Lectura es sembrar la semilla del deseo de leer y estimular todas las posibles prácticas lectoras. Procura que todas las personas lean y se orienta a fortalecer los hábitos lectores de las personas que ya leen, proveyéndolas de ideas y estrategias para que ellas mismas ayuden a que otras personas quieran leer. Así, forma a los futuros formadores de lectores.

Y es que somos lo que hemos leído, como también somo lo que no hemos leído. Como personas, como nación, somos nuestras lecturas. La ausencia o escasez de lectura es un camino seguro hacia la ignorancia y ésa es una condena individual gravísima, y lo es más si es colectiva. No leer, desdichadamente, es un ejemplo que se propagó impunemente en la Argentina, y en parte es lo que ha generado dirigencias autoritarias, ignorantes, frívolas y corruptas.

La práctica de la lectura es una práctica de reflexión, meditación, ponderación, balance, equilibrio, mesura, sentido común y desarrollo de la sensatez. Todo eso que debe ameritar un buen bibliotecario. Leer es un ejercicio mental excepcional, un precioso entrenamiento de la inteligencia y los sentidos. Correlativamente, las personas que no leen están condenadas a la ignorancia, la improvisación y el desatino. Por eso los bibliotecarios como mediadores son fundamentales, porque en el imaginario social ellos son la cara del saber y el conocimiento. De modo que si ellos no leen caen en abierta contradicción porque más allá de sus conocimientos y habilidades tecnológicas, un bibliotecario que no lee es como un carpintero que no sabe usar el escoplo.

Los bibliotecarios son mediadores clave, nexos específicos entre la sociedad y la lectura, y por lo tanto tienen una responsabilidad que no siempre se reconoce. Ni ellos mismos ni la sociedad hacia ellos. Vivimos en una sociedad que es súmamente contradictoria respecto de sus bibliotecas y bibliotecarios. Por eso me parece importante enmarcarlos adecuadamente. El profesional bibliotecario no es solamente esa persona que está del otro lado del mostrador y al que se abruma con tecnologías y sistemas y metodologías de trabajo que en muchísimos casos son atemorizantes, intimidatorios y hasta fantasmales. Me parece que si a esto no lo tenemos en cuenta vamos a equivocarnos muy gravemente. Porque, insisto, es apenas una élite la que puede estar en condiciones de adaptarse a las TICS, y además esa pequeña élite yo no sé cuánta más lectura sabrá proveer a nuestra ciudadanía. Porque de eso se trata: de que el bibliotecario sea un eficiente asesor y proveedor de lectura. Si no, podrá ser un excelente técnico en computación, catalogación, archivología y todo lo que quieran. Pero el riesgo es que resulten satélites que navegan en el espacio mientras en la tierra los pueblos seguirán sumidos en la ignorancia y sujetos a manipulación.
           
Por eso empecé destacando que nuestro país tiene una capacidad bibliotecológica extraordinaria, que muchos países quisieran tener y que debemos cuidar, actualizándola y brindándole los mejores soportes tecnológicos. La CONABIP protege un sistema de más de 2.000 Bibliotecas Populares en todo el país con un acervo de unos 25 millones de libros. Tenemos también varios miles de bibliotecas públicas, institucionales y/o semiprivadas, y de organismos nacionales, provinciales, municipales, universitarias; y también miles de bibliotecas de entidades de la sociedad civil (clubes, sociedades de fomento, empresas, ONGs). El vasto sistema se completa con alrededor de 25.000 bibliotecas escolares que componen el sistema del Ministerio de Educación de la Nación y de las 24 entidades federativas. Por eso mi estimación es que la Argentina tiene hoy un entramado maravilloso de más de 50.000 bibliotecas, o sea una biblioteca cada 850 habitantes. Eso es una maravilla que no sé cuántos países en el mundo tienen. Y ni se diga el promedio de libros por habitantes, que en 1996 era de 0,4 y hoy se ha triplicado por lo menos, entre otras razones por la persistente acción del Plan Nacional de Lectura que ha venido distribuyendo millones de libros cada año.
           
Hoy todo habitante de nuestro país tiene una biblioteca a la mano: a pocas cuadras de su casa si vive en centros urbanos, y a relativamente poca distancia si reside en áreas rurales. Y desde ya que muchas de esas bibliotecas están desactualizadas, con acervos obsoletos y probablemente maltratados, pero todas están vivas o en capacidad de ser revividas. Son, de hecho, una especie de infinito mundo de silencio y estudio que es posible y urgente recuperar, y cuya misión fundamental está a cargo de decenas de miles de bibliotecarios, custodios y alimentadores de ese tesoro.

Somos un país con una curiosísima y paradojal vida bibliotecológica. Porque disponemos de una red formidable de bibliotecas, cuya utilización por parte de la sociedad está bastante difundida a pesar de encuestas y mediciones apocalípticas. Desde hace 20 años leo estudios, compulsas y mediciones que afirman que alrededor del 70% de los argentinos no va a bibliotecas ni una sola vez al año. Pero no leo jamás una sola línea que destaque la maravilla de que hay un 30% de argentinos/as que sí van. Tres de cada diez ciudadanos no me parece poco, y sobre todo después del desastre del paradigma lector que produjeron la dictadura y la década de los 90. Yo no sé si en el mundo hay muchas naciones cuyo 30% poblacional asiste con cierta regularidad a sus bibliotecas...

Por eso para mí lo esencial del rol del bibliotecario no es solamente su nuevo rol y capacitación tecnológicos. Es sobre todo su rol social, y su capacidad lectora, lo que me importa reflexionar a la par de los extraordinarios avances cibernéticos que ellos sin dudas deben incorporar como saberes actualizados. Porque está muy bien que se enfrenten al reto de las nuevas tecnologías, y es obvio que tendrán que adaptarlas a nuevas condiciones y necesidades, y para ello deben seguir capacitándose, pero sin perder de vista la inmensa responsabilidad social de la profesión que han elegido. Y porque de entre todos los mediadores de lectura los bibliotecarios son los encargados de una transmisión aparentemente más pasiva de la pasión por leer, pero no es menos importante que la de padres y maestros.

Aunque el concepto clásico dice que el bibliotecario es la “persona encargada del cuidado técnico de una biblioteca”, hay una concepción moderna, por lo menos en nuestra América, que supera ampliamente la cuestión técnica. Es la misión esencialmente política que destaca la especialista
colombiana Silvia Castrillón: “El bibliotecario, en su papel de intelectual comprometido (...) tiene en sus manos un instrumento de democratización como debería ser la biblioteca, debe contribuir a la lucha contra la miseria, contra la injusticia, contra la explotación, contra la violencia y contra todo lo que restrinja la libertad de pensamiento y la libertad de elegir entre opciones que contribuyan a una vida digna; es decir, contra todas las violaciones a esos principios universales de justicia y libertad. Lo contrario es moda y retórica”. Yo comparto esa afirmación y también la de que en países como los nuestros (Colombia, Argentina y toda Nuestra América) se “necesitan bibliotecas que, en primer lugar, se conviertan en medios contra la exclusión social”.

Yo aspiro, lo tengo escrito, a un tipo de bibliotecario asumido como intelectual, humanista, sensible y con sentido social. El bibliotecario, como el maestro, trabaja con su intelecto y con información, libros, lecturas. Su trabajo, por definición, dice Castrillón, "supera lo estrictamente técnico-profesional”.
           
La formación de un nuevo tipo de bibliotecario, entonces, requiere NO SOLAMENTE DE CAPACITACIONES TECNOLOGICAS, que están muy bien y son necearias y pueden ser irreprochables, sino ante todo y sobre todo requiere que sea un buen lector. O sea un lector curioso y gustoso, porque sólo así serán críticos, informados, reflexivos, inquietos, agudos y abiertos, conscientes y orgullosos de sus conocimientos y generosos para abrir las mentes de la comunidad que los consulte.

El advenimiento y la masificación de las llamadas nuevas tecnologías también está asociado al marketing editorial y librero, que modificó todo lo conocido en materia de librerías y es inevitable que también llegue a las bibliotecas. En el mundo del libro el cambio más revolucionario fue en la comercialización, que ha convertido a las librerías en centros culturales tan concurridos y económicamente poderosos como cualquier centro comercial. Y es por eso que hay librerías en todos los centros comerciales. La librería –dice el especialista norteamericano Jim Trelease– "es un lugar donde la gente se siente tranquila y enriquecida mentalmente, y en donde curiosear gratis, sin intención de comprar, está bien visto”. ¿Y cuáles son los mejores momentos para esas peregrinaciones? Obviamente los fines de semana y los feriados. Hay montones de estudios de mercado que muestran que las ventas en librerías crecen justamente en esos días. Entonces la conclusión para nosotros es obvia: esos son los días en que casi todas las bibliotecas de la Argentina están cerradas. Negadas a la sociedad que tanto las necesita, y sobre todo clausuradas para miles de chicos y chicas que “se aburren”, que se revientan la cabeza viendo telebasura o aislándose para jugar en redes como si fuesen autistas, y expuestos a situaciones incontrolables y acaso violentas, inmovilizantes, embrutecedoras.

No tiene ningún sentido seguir pensando que el problema es la tecnología o la “modernidad” que supuestamente alborota a los chicos y les “hace la cabeza”, como suele escucharse decir a padres y docentes. De ninguna manera son los medios electrónicos lo que amenaza a las bibliotecas y “puede llegar a reemplazarlas”, como ya sostienen algunos. Eso tampoco es cierto, o al menos es altamente improbable si sabemos cambiar. Porque hay que cambiar, y ésa es la cuestión. Ya decía Trelease hace diez años que Internet “está muy lejos de reemplazar a las bibliotecas. La mayor amenaza para las bibliotecas, hoy, son las bibliotecas mismas”. Y yo agrego: también los bibliotecarios que se resisten a cambiar de actitud. O sea los bibliotecarios que se niegan a que en su formación se incluya la construcción del lector. Y es que ninguna técnica, ningún sistema estandarizado de catalogación, nada reemplaza el saber sobre los libros que acumula y puede compartir quien los ha leído y amado. Ésa es la función de mediación que deberían ejercer todos los bibliotecarios.

En síntesis, lo que hace falta en nuestras bibliotecas es mucho: cambiar el modo de pensar de muchísimos bibliotecarios, modificar la idea de la misión que tienen las bibliotecas, cambiar la disposición humana y física y dar un giro de 180 grados a los criterios de atención al público. Deben dejar de ser templos para convertirse en lugares atractivos. Si las librerías cambiaron cuando empezaron a mostrar los libros, los pusieron al alcance de la mano y permitieron que la gente hojee, toque y lea de pie durante el tiempo que quiera, y se cambiaron los horarios para estar abiertos en los mejores momentos de la gente, que son la noche, los sábados y domingos y los feriados, imaginemos lo que sería si las bibliotecas hiciesen lo mismo. Si hubiese cafeterías dentro del local, como ahora mismo en la Feria del Libro. Si se pusieran mesas en patios y veredas, y se dejara que el público libremente se siente a leer. Y si los bibliotecarios dejaran de ser meros intermediarios, policías del libro que piden documentos para leer, ¿no les parece que estaríamos empezando una revolución bibliotecaria, que necesariamente incluirá luego mejoras en materia de luz y de colores, y de agradabilidad en el trato, y que todo eso estimulará un mejor clima de lectura? ¿Y no les parece que la traba mayor, que sería la sindical, bien merecería de los mismos bibliotecarios una reconsideración porque el futuro ya está aquí?

Parece mentira que todavía en la Argentina hay personas (¡e incluso obviamente bibliotecarios!) que prefieren la oscuridad, la distancia, la prohibición y el temor a los libros. Incluso, todavía en las escuelas argentinas es común que a los chicos de mala conducta o con fallas de aprendizaje se los "castigue" mandándolos a la biblioteca... Y no sabemos de bibliotecarios que se planten y se nieguen, ni que hagan docencia con los mismos docentes.

A mí me parece necesario, e imperativo, orientar la formación de los bibliotecarios para que sean ellos mismos lectores, y buenos lectores capaces de crear ciudadanía con valores y principios. Y para lograr que lo sean, señoras y señores, es indispensable, y es urgente, que las carreras de Bibliotecología incluyan la materia Literatura en sus programas. Y no una única materia en toda la cursada, generalmente en tercer año, sino Literatura en cada año y nivel, o sea Literatura Clásica Universal, Literatura Universal Moderna, Literatura Latinoamericana y Literatura Argentina del Siglo XIX, del XX y lo que va del XXI en sucesivos cursos, y por supuesto un semestre de Géneros Literarios y otro de Lingüística básica aplicada. Y en paralelo habrá que ejercitarlos en lectura en voz alta, tanto en lo profesional como en sus mismas casas, en sus vidas privadas, porque la Lectura en Voz Alta es el principio básico formativo de todo buen lector, que es, lo reitero, el lector curioso y gustoso.

Sostengo que todo lo anterior es imperativo y urgente porque las nuevas TIC seguirán ocupando el espacio bibliotecológico y no sin confusiones. Porque sin dudas son y serán un instrumento maravilloso que tenemos que utilizar, y estimular, pero también hay que decir que son y serán buenas en la medida en que nosotros, nosotras, las sepamos usar. No esperemos de las nuevas tecnologías una revolución lectora por su sola existencia. Eso no va a suceder. Ninguna revolución tecnológica creará jamás lectores. Ningún dispositivo, aplicación, hardware ni software será capaz de crear lectores por su sola existencia o innovación. Ni un solo lector. Ni uno solo. De donde la conclusión elemental es la siguiente: es nuestro uso consciente lo que dará sentido a las nuevas TIC, o sea nuestra competencia lectora y pletórica de curiosidad. No hay mejor vía para el aprovechamiento de todas las nuevas y grandiosas posibilidades.

Pero también nos impone estar alertas, porque inevitablemente va a ocurrir –y de hecho ya está sucediendo– que gracias a los adelantos tecnológicos el mundo globalizado seguirá imponiendo la sutil dictadura de las reglas del Mercado. Y se dará así la saludable paradoja, que ya se observa, de que para ser más democráticos, inclusivos y horizontales, los ciudadanos/as dotados de e-books y tabletas de lectura deberán ser rebeldes, originales y resistentes a las nuevas reglas de convivencia que nos impondrá el futuro que está aquí nomás.

Muchísimas gracias. •


1 comentario:

  1. Disfrute tanto su charla y que bueno ahora poder reelerla y pensar en tan enriquecedores aportes. Gracias por compartirlo. Mis afectuosos saludos.

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