Aviso por los comentarios

AVISO: Es probable que en algunas redes sociales existan cuentas, muros o perfiles a mi nombre. NADA DE ESO ES VERDADERO.

Las únicas 2 (dos) vías de sociabilidad virtual que manejo son este blog y mi página en FB. Ninguna otra cuenta, muro o perfil —en Facebook, Twitter o donde sea— me representa. Por lo tanto, no me hago cargo de lo que ahí puedan decir o escribir personas inescrupulosas.

sábado, 21 de abril de 2012

Completando el retrato de Brasilia

El jaleo de YPF me forzó a interrumpir lo que venía contando de Brasilia y su Bienal del Libro y la Lectura. Comprensiblemente, desde ya. Porque la recuperación de YPF fue una decisión importantísima que puso a toda la nación a pensar y, espero yo, también a repensar lo que en otras ocasiones ha votado ella misma.

Pero ahora necesito terminar aquellos apuntes, en parte porque las impresiones de mi viaje a Brasilia siguen vivas y otro poco porque la vida de un escritor no debe ser, me parece, una vida de figura pública destinada sólo a opinar certeramente sobre esto y aquello. Yo no acuerdo con eso, y de ahí que siempre me impuse un tono discreto en mis pronunciamientos. Que los tengo, está claro, pero como digo, pocos y discretos.

Ésta fue la segunda vez que fui a Brasilia. De mi primera visita, en 1988, ya mencioné algo en estas memorias. Y lo que siempre recordé de aquella ciudad fue la torre elevadísima que domina la meseta y desde donde la vista llega hasta el Planalto y el Congreso. No me había gustado nada esa ciudad.

Sin embargo ahora, casi un cuarto de siglo después, me encantó. Quizás porque ahora sí es una ciudad, con ritmo y personalidad propias. El lago que se entrevé desde los más diversos puntos, la impresionante hotelería, la simetría y el diseño como marcas de una arquitectura monumental, y la inteligencia en la disposición de todo, sobre lo que fue una selva, son fantásticos.

En nuestro paseo dominical recorrimos, durante varias horas y caminando sin cesar, tres hitos emblemáticos de esta ciudad imperial.

El primero, la Catedral. Diseñada como casi todo en Brasilia por Oscar Niemeyer (de quien se dice que a los 105 años de edad continúa trabajando en su estudio de Río de Janeiro), es una maravilla de sobriedad, elegancia y originalidad. No seré yo quien la describa y evalúe, pero sí déjenme decirles que me impresionaron la redondez, la delicadeza y hasta el tinte kitsch que no han sabido, o no han querido, quién sabe, evitarle. Y sobre todo me alucinó la reproducción en mármol, igualita al original, de "La Piedad", de Michelángelo. Es la misma escultura que está en la Basílica de San Pedro, en Roma, y que yo visité por primera vez cuando era muchacho y mis pies debutaron en Europa. Esa absoluta maravilla del arte renacentista está aquí, única reproducción que se ha hecho, en idéntico tamaño y con el mismo mármol de Carrara. Y en esta catedral luce, créanme, de manera sublime, aunque también hay que decir que alguien ha cometido el crimen de encajarle a la par una estatua enorme y ridícula de un obispo que yo ni quise enterarme de quién era.

Afuera, en un conjunto separado y bello, una alta base de concreto sostiene el campanario: cuatro campanas de bronce, de cuatro diferentes tamaños, todas grandes y pesadísimas, con un diseño asombroso y único. Y un sonido, les aseguro, que merecería los oídos de un sínodo de obispos, por lo menos.

El otro edificio emblemático es el Museo Nacional del Conjunto Cultural de la República —todo eso: así se llama—, otra joya arquitectónica que combina, como todo en esta ciudad, amplísimas explanadas, sectores semisubterráneos y desplazamientos hacia el infinito que armonizan con el paisaje en belleza y practicidad. Visitamos dos muestras, ambas interesantísimas. En el plano alto, como suspendida en medio de la enorme bola semicircular, una exposición retrospectiva de la obra de Ziraldo, el gran dibujante, humorista e ilustrador brasileño, quien fue también una de las figuras claves de esta Bienal. A los 80 años, Ziraldo es venerado como una especie de Quino, Sabat y Andy Warhol —todos juntos— de este país alucinante. La muestra es interesantísima, con originales de todas sus épocas, gigantografías y murales.

En el piso bajo nos esperaba otra exposición inesperadamente atractiva: "Egipto bajo la mirada de Napoleón". La muestra consiste de los 13 grandes libros que componen la obra "Description d'Egypte", fruto de la expedición de Napoleón Bonaparte en 1798, cuando conquistó las ciudades de El Cairo y Alejandría. Es un preciso e interesantísimo registro de estudios de arqueología, topografía, religión e historia natural, que da cuenta del ascenso y caída de Napoleón, quien entre los 29 y los 31 años de edad creyó que conquistaba el mundo y acabó viviendo su más grande derrota cuando la flota francesa fue destruída en 1801 por la británica al mando del almirante Nelson.

Muy visitadas las dos exposiciones, me llamó la atención la cantidad de chicos y jóvenes que las recorrían. Es cierto que la entrada es gratuita y que la promoción urbana es intensa, pero no esperaba ver tanta gente, centenares de personas que desfilaban ordenada y respetuosamente ante las obras de ambas muestras.

Finalmente, caminamos hasta la Biblioteca Nacional atravesando dos amplísimas explanadas (unos 400 metros y una ancha avenida entre ambos edificios). Cuando entramos sentí que ingresaba a otra catedral. El edificio es de un tamaño fácilmente el doble de la BN porteña y en pleno domingo al mediodía sus salas estaban llenas de lectores, en un mar de computadoras, silencio y pulcritud. Una mujer en la entrada nos preguntó de dónde veníamos, nos dió pases libres y nos sugirió recorrer un par de pisos. En el segundo había una exposición que me fascinó: "Soñando con Paulo Freire. La educación que queremos". Montada en celebración a los 90 años de su nacimiento (1921-1997), es un magnífico homenaje a la libertad, la democracia y sobre todo a una pedagogía inclusiva, universal, gratuita y libertaria.

Si van a Brasilia, no se pierdan de ver todo esto. Todos sabemos que Brasil es el gigante que viene, pero no será un gigante invertebrado ni torpe. Sentí mucha pena al pensarlo, pero tuve la sensación de que está en vías de ser el país que la Argentina pretendió pero no supo ser. •

1 comentario:

  1. Lo has dicho todo Mempo: Brasil es lo que Argentina pudo ser, pero todavía no pudo; le agrego el "todavía" porque -como buen argentino radicado en Brasil hace 33 años- tengo un corazón que no me deja ser imparcial y late en dos idiomas. Nuestra Argentina llegará un día, tarde o temprano, a caminar de la mano con nuestro Brasil. Y sin imperialismos ni prepotencias: la tendencia en ambos pueblos es a entenderse, y sobre todo a entender el "latinoamericanismo" no como un reto xenófobo a quién no lo es, sino con la convicción de sus potencialidades, con la fuerza de sus pueblos luchadores y sufridos. Voy a vivir hasta los 105 como Niemayer, y lo voy a ver! y vos también, querido amigo!

    ResponderEliminar