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sábado, 26 de noviembre de 2011

EL VIAJE, LITERATURA Y REALIDAD



Ayer viernes pronuncié una conferencia con este título en un congreso organizado por la Universidad de Fribourg, Suiza. Esta es una versión sintetizada del texto que leí. ¡ Buen fin de semana para todos/as !

El viaje ha sido siempre, para mí, literatura, quizás porque mi vida no ha sido otra cosa, en síntesis, que leer, viajar y escribir. Leer es la primera aproximación a los viajes que le es dada a nuestra inteligencia, a nuestra formación intelectual. De ahí nace, supongo, esta rara vocación andariega, esta identidad trashumante en un mundo que incita al zarandeo pero cuyos habitantes son, en su inmensa mayoría y generación tras generación, más bien reacios a los cambios, acaso conservadores por temor a las mutaciones y a lo imprevisible. No lo sé, no lo tengo claro, pero puedo considerar que si en toda mi literatura ha habido y hay permanentemente viajes, exilios, migraciones, mudanzas, fugas, traslados, y hubo y hay viajeros y conflictos relacionados con la itinerancia, todo eso se debe a cierta inclinación mía por las heterodoxias.

Estoy cierto de que la trama general de mi escritura puede asemejarse al relato de un loco que sólo se sintiera bien en el aquí del allá y en el ahora del jamás. Uno cuyo relato no se completa en ninguna parte y por eso busca historias en todas partes, sabedor de que no existe ancla que lo establezca en sitio alguno que no sea la vasta e inagotable literatura, la universal que lo ha parido y la íntima y personal que él mismo procura, acaso necia, vanamente (...)

Puede, también, que todo derive de mis ancestros. Mi tatarabuelo abruzzés, hasta donde pude reconstruir, fue navegante en el Adriático, un pescador pobre, botero que recorría las costas entre Pescara y el Gargano. Mi bisabuelo, que emigró a la Argentina a finales del Siglo XIX huyendo de la pobreza, fue patrón de una tropa de caballos con los que prestaba servicios entre Buenos Aires y diversos pueblos de la pampa, hasta que decidió que sus corceles le darían mayor plusvalía en la ciudad arrastrando carros fúnebres, y casi se hizo rico con la muerte hasta que ella misma se le cruzó hecha daga en una pelea en un callejón. Mi abuelo fue inspector en los ferrocarriles ingleses que unían el Atlántico con el Pacífico, entre Buenos Aires y Santiago. Y mi padre fue marino en la flota fluvial que unía Buenos Aires con Asunción y Montevideo, donde llegó a ser comisario de a bordo hasta que se enamoró de mi mamá y dejó todo por ella y se instaló en el Chaco.

Comienzo por aquí porque entiendo a la Literatura como viaje a la fantasía, como disparador de la imaginación que nos impulsa a descubrir. Si la Literatura es un camino hacia el conocimiento, ante todo es una incursión en lo desconocido. La indagación filosófica y la exploración psicológica —en tanto viajes interiores— bucean en el alma humana y se hacen Literatura. En Final de novela en Patagonia el narrador dice: "Escribimos emigrando; escritura como movimiento y escritura en movimiento, que es como yo escribo. Escritura como el viaje que la literatura es. Escritura con la permanente nostalgia de allá cuando estoy acá, y de acá cuando estoy allá. Por eso en cualquier lugar del mundo mi única casa inmutable y permanente es el sitio en el que puedo colocar mi ordenador y escribir con la pasión de siempre, la de ahora, la de este instante."

Literatura y Viaje son, pienso, andamios paralelos. Todos y todas lo sabemos desde que leemos a Homero y a Virgilio, desde que entramos en Alighieri y en Cervantes y en Rabelais, y en Lewis Carroll y Jonathan Swift. Prácticamente toda la literatura universal tiene al viaje como materia, a la par del crimen, el amor, la moral y la interrogación acerca de esa figura indescriptible que llamamos Dios. La Literatura resulta así un viaje fabuloso hacia lo inexplorado, lo extraordinario, porque todo viaje es siempre ese relato del mundo que nos estaba faltando.

(...) Literatura y Viaje han sido, a lo largo de los siglos, no una misma cosa sino ese paralelo casi perfecto. Podemos pensar que no hay literatura sin viaje, como es casi imposible que un viaje no provoque literatura. Esa es la tradición de los Clásicos (...) El viaje desata, a la vez, una lectura interminable. En la literatura de viajes leemos la piel del mundo porque sobre ella están grabados los pasos anteriores y también nuestros pasos, imperceptibles. Escritura irrefrenable y lectura infinita, viajar, leer y escribir resultan paralelos naturales, casi como una respiración.

Lo que turba y estimula del viaje es la incitación a escribir, la pasión escritural que todo viaje desata y en la que nos acompañan todos los libros que hemos leído. Gracias a ellos hacemos literatura de cada observación. Como cada observación surge de evocar textos de otros. Lo que veo y lo que recuerdo se asocia en mi imaginación. La invención literaria nace y crece.

En la Literatura Argentina, que es mi casa, digamos, el viaje está presente desde el origen, constitutivamente. Pienso desde luego en las dos primeras obras de nuestra literatura, ambas de mediados del Siglo XVI: Viaje al Río de la Plata, del aventurero y marinero alemán Ulrico Schmidl, es el primer libro concebido en mi tierra: sus fabulosos relatos son las primeras crónicas de lo que hoy son el Chaco, la Argentina y el Paraguay, escritos durante y después de la primera fundación de Buenos Aires en 1536.

El otro es Ruy Díaz de Guzmán, autor de La Argentina manuscrita, obra fundacional de la literatura de mi país no sólo porque Guzmán fue el primer escritor nacido en el nuevo continente, en 1558, sino también porque fue el primero que utilizó el topónimo "Argentina". Su obra narra el descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata hasta la fundación de la ciudad de Santa Fe en 1573.

Por cierto, ambos lo hacen en un estilo, digamos, de época, pues por momentos a mí me recuerdan el tono de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, libro maravilloso en el que Bernal Díaz del Castillo narra la conquista de México a sangre y fuego por Hernán Cortés, pero combinando en el texto la crónica del viaje con una desatada imaginación y fantasía.

Mi hipótesis es que la extensión territorial determinó esta escritura. Como sucedió en los Estados Unidos, en Rusia, en Brasil y en África. El avance exploratorio hizo que nuestras primeras obras, desde el Siglo XVI, fuesen textos en los que el viaje del conquistador era narrado como testimonio pero siendo también y a la vez elogio de la fantasía (...) Después, entre nuestros clásicos del XIX están el Martín Fierro de José Hernández y Una excursión a los indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla, dos viajes literarios fundamentales para la construcción política y cultural de mi país (...)

En el corpus textual argentino la Patagonia ocupa un lugar extraordinario, quizás porque siempre se la consideró una especie de extensión inalcanzable, parte oculta y misteriosa de la Pampa. Hasta ahí llegan las novelas de Osvaldo Soriano y su Colonia Vela que es un pueblo literario en los límites de la Pampa y la Patagonia, borde mismo entre realidad y parodia. La obra de Soriano, como la mía, es hija de las impresionantes novelas Los dueños de la tierra (de David Viñas, 1958) y La Patagonia rebelde (de Osvaldo Bayer, 1972). También Bajo la tierra (1974) y algunos cuentos de Con otro sol, de Diego Angelino. Y entre lo más reciente Fuegia (1991), la extraordinaria novela de Eduardo Belgrano Rawson, que siguió a otra novela de viajes: El náufrago de las estrellas (1987). Y también hay que citar La traducción (1997) de Pablo de Santis y La tierra del fuego, de Sylvia Iparraguirre (1998). Y por supuesto la inmensa producción de los escritores patagónicos que yo conocí entre 1986 y 1992 cuando dirigí la revista "Puro Cuento": Asencio Abeijón, David Aracena, Aquilino Elpidio Isla, Luisa Peluffo, Juan Carlos Moisés y Gerardo Burton, entre otros. Particularmente Abeijón es hoy un clásico de esa literatura por su libro Memorias de un carrero patagónico (1977). Y no cabe olvidar las Aguafuertes patagónicas de Roberto Arlt (publicadas en 1934 por el diario “El Mundo” de Buenos Aires) y más recientemente La Ruta Argentina, estupenda compilación de textos de los Siglos Dieciocho y Diecinueve realizada por Christian Kupchik en 1999. Y desde luego los impresionantes cuentos de La tierra maldita, de Lobodón Garra (publicados en 1945).

(...) Este archivo personal, por llamarlo de algún modo, este compendio patagónico personal que yo llevaba por el mundo, un día se constituyó en urgencia y, quizás como mandato familiar inevitable y constante (exilio, transterración, desplazamiento, viaje interior) me lancé al periplo de que trata mi libro. Claro que ya antes, en Santo Oficio de la Memoria el texto se deslizaba sobre el mar en un barco que navegaba desde Veracruz, México, hasta Buenos Aires, con detenciones en cada puerta de ese Infierno milenario que es la conciencia. Pero ahora en Final de novela en Patagonia el texto se desplaza en un cochecito de ciudad, el "Coloradito Pérez" por el vasto territorio que es el Sur del Sur del mundo. Así como en mi cuento "El libro perdido de Borges" la historia se narra a diez mil metros de altura, en un avión de línea, y en "La noche del tren" es un largo convoy ferroviario que se detiene en medio de la selva chaco-santafesina el que sostiene el texto y también la memoria, el testimonio y el valor de las palabras (...)

Me gusta pensar que no soy un viajero que escribe libros, sino un escritor que viaja. Por eso no escribo viajes. Y sobre todo porque, lo confieso, la verdad es que no tengo la menor idea de cómo se escribe un libro de viajes... Ni siquiera sé si Final de novela en Patagonia lo es realmente. Porque sí es el libro de un viaje, pero al mismo tiempo no lo es. Contiene una novela que nace de las divagaciones de quien a medida que viaja la va escribiendo. Hace un efecto como de espiral: el viaje gesta una novela que es un viaje con una novela que se escribe durante el viaje y así sucesivamente... En realidad, es el viaje el que escribe la novela (...)

Hace muchos años, cuando mi país soportó una larga y brutal dictadura, tuve que exiliarme y viví nueve años en México. Aprendí entonces que un viaje forzoso, forzado, es una circunstancia que uno jamás querría escribir pero que es imprescindible escribir, porque ser sobreviviente del Infierno conlleva, éticamente, el deber de dar testimonio del Infierno. Ese viaje, entonces, no remeda ni equipara al que describe Dante en la primera parte de su célebre poema; apenas lo evoca y lo celebra, toda vez que contar un viaje es haber sobrevivido.

Aquella transterración fue definitoria en mi vida y determinó mi obra literaria para siempre. Pero no porque yo escriba ahora acerca de aquella experiencia —lo hice durante un tiempo, casi como tarea militante— sino porque la experiencia misma condicionó todo lo que vino después. Aquel viaje del Infierno a México fue, como todos, alumbrador; fue una manera de parir textos que no cesan. Como el rayo de Miguel Hernández, yo diría (...)

Ahora mismo acabo de terminar una novela, que, hasta este texto, no me había dado cuenta de que también cabe en esta literatura que llamamos "de viajes". En esta novela hay migración: una pareja se va a los Estados Unidos, de donde regresará años después. Mientras tanto, otra pareja se ama clandestinamente en viajes entre el Chaco, en las sabanas del Este, y Mendoza, en la Cordillera de los Andes. Y hay una historia más, la de una muchacha que emigró del Norte hacia Buenos Aires y a la que las durísimas condiciones de la vida marginal convierten en un tango contemporáneo. No hay caso, no puedo evitar las itinerancias, porque, como en toda la literatura de mi país, no es posible concebir una escritura sin movimiento, sin traslación territorial...

Escribí varios libros en el exilio, y años después, cuando el desexilio, también. El ir y el volver resultaron inspiradores. La literatura que me fue dada desde entonces, y que he venido recibiendo como un don acaso inmerecido, siempre ha estado vinculada a esas traslaciones, esas mudanzas, esa precariedad de las raíces que uno padece con el mucho viajar y a las que uno termina por acostumbrarse. Todo discurso —todo texto— resulta entonces fundante, porque todo relato inaugura un espacio, lo crea, lo establece. Y al hacerlo pone condiciones, marca sus fronteras. Así, el viaje a la vez ensancha y acota.

Hace algunos años, en otra reflexión sobre el viaje y en un congreso dedicado a Alexander von Humboldt, en California, desarrollé una visión más política del viaje. En otra ocasión, en El Paso, Texas, y en Quito, Ecuador, hablé de los vocablos que en cierto modo condicionan esta literatura: frontera, límite, borde, o sea los contornos que prefiguran el final de una superficie que solamente es traspasada por el discurso literario, que no tiene límites y entonces no hay frontera que no pueda cruzar porque su razón de ser es indagar en lo desconocido, viajar siempre más allá. Y ya sabemos que más allá, siempre, está el infinito. Y en el infinito sólo hay literatura.

Quizás por eso, también, mis espacios se me hacen algo improbables, y aunque los tomo de la realidad siempre me parece que terminan al borde mismo de lo irreal. A mí me gusta tomar retazos de vidas, pedacitos de gente, y veo cómo se mueven, cómo viajan por la vida, y los miro y dejo que todo eso hierva lentamente en el caldero de mi imaginación. Cuando el hervor hace saltar la tapa, entonces escribo. Y eso es todo (...) Y para terminar, si me permiten, cierro con un pequeño poema de mi FNPat que me parece que lo sintetiza todo:

Soy ese viajero que nunca sabe exactamente a dónde va.

No un poeta preciso.

Soy caminante que busca, frenético, lo buscable,

lo que no se encuentra, lo que confunde.

No un orfebre maravilloso.

Indisciplinado del rebaño,

más bien un paciente que no toma los remedios,

un enamorado que no admite reglas,

un descontrolado -eso- que no respeta cánones.

Ni herrero en la forja ni tampoco el que maneja

la góndola y contempla, sólo contempla,

los amores ajenos.

Trashumante compulsivo, soy furor,

desconcierto, curiosidad, hambre.

Ni competidor ni sabio.

Soy un navegante al que se le ha roto la brújula

impreciso, caprichoso, ni siquiera la muerte ha de ser definitiva

cuando se la resiste a fuerza de marcha

y a marcha forzada. Soy el infatigable hamster prisionero

que camina hasta morir, andariego y movedizo

como el viento, susceptible como quien huye,

soy apenas pendolista, versificador que medita y narra, prosaico y profano

y no reconoce orígenes, acaso un loco,

uno que resiste, un inclasificable, un Bartleby.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Una entrevista que me hicieron en el FILBA 2011.

Se trata de la versión casi taquigráfica de una charla abierta que grabaron los amigos de Eterna Cadencia, durante el FILBA, en Septiembre pasado. Seguramente por razones de audición, la transcripción tiene algunos pequeños errores, pero es una entrevista representativa, que agradezco en particular a Paco Gómez y a Patricio Zunini. Si a alguien le interesa, se puede leer en:

http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=17967

martes, 15 de noviembre de 2011

Nota en Página/12: La saludable memoria

El título de la nota que publico hoy, Martes 15, en el diario Página/12 es: "La disolución de la Argentina diez años después". La encontrarán en:

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-181252-2011-11-15.html

lunes, 14 de noviembre de 2011

Nota en La Nación sobre Aerolíneas Argentinas


Hace tiempo que no actualizaba esto. Sabrán disculparme. Pero ahora retomo con esto. Y gracias por la fidelidad !!

http://www.lanacion.com.ar/1422974-el-problema-de-aerolineas-no-es-solo-de-aerolineas