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viernes, 22 de abril de 2011

En la Feria del Libro de B.Aires 2011



HOLA!
Quiero avisarles que el sábado 30 de Abril estaré firmando mis nuevos libros en la Feria del Libro de B.Aires.
A las 17.30 presento los dos primeros títulos de una nueva serie para niños: "Valeria y el pobre miedo" y "Valeria y el secreto de la poesía", en el stand de Editorial Guadal.
Y a las 19.30 presento la reedición de mi novela "Imposible equilibrio", publicada por Edhasa, en el stand de Edhasa-Librería Cúspide.

miércoles, 20 de abril de 2011

Salvar La Fidelidad

El artículo está en la contratapa de Página/12 de hoy 20 de Abril.


Si quieren dejar comentarios, por favor aquí, no en el diario. Gracias.

sábado, 16 de abril de 2011

Posboom: debates, reencuentros y lecturas de hoy


El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Es curioso: estoy escribiendo acerca de sucesos de 1985-86 y veo que dejé pasar ciertos episodios que en su momento fueron casi decisivos para mí. Por ejemplo, la primera discusión sobre el llamado Posboom de la literatura latinoamericana, motivada por un artículo que escribí en el suplemento literario dominical de Clarín, que entonces creo que se llamaba "Cultura y Nación". Fue un reportaje que le hice a Antonio Skármeta y al que acompañé un texto sobre el concepto de Postboom, que en la Argentina aún se desconocía pero que circulaba mucho en universidades norteamericanas.

Desde antes del frenético período de escritura de "Santo Oficio de la Memoria" en Boston, en el 86, venía reflexionando sobre ese asunto, que me involucraba. Y también a Antonio —verdadero ícono del Postboom con quien nos tomamos esta foto en la Puerta de Brandenburgo en 1981, cuando todavía era Berlín Oriental— que ya entonces era un amigo entrañable y con quien solíamos hablar del asunto. Él desarrolló la idea y definió al Posboom en aquel reportaje, que ocupó un par de páginas. Pero luego del cual me vi sometido a una primera andanada de cuestionamientos. No sólo a lo que Antonio y yo sosteníamos, sino incluso a mí como escritor joven, recién llegado al país, con algún reconocimiento exterior pero ninguno intramuros y, por lo tanto, sospechoso.

A la semana siguiente escribieron furibundos artículos May Lorenzo Alcalá, Vicente Battista y Liliana Heker. Textos especialmente duros, que en mi opinión contenían un implícito "¿y quién es este muchacho atrevido que viene a hablar de lo que aquí no aprobó nadie?". El diario dedicó casi todo el suplemento a descalificar la sola idea de Postboom, y publicó también un artículo de fondo de Juan Martini, que con estilo más elíptico esquivó la discusión, aunque sentando posición opuesta a lo que con Antonio habíamos dicho.

Hoy todo aquello me parece bastante gracioso, porque salvo Lorenzo Alcalá, a quien no conocí y sólo supe que después fue embajadora en Venezuela durante el gobierno de Alfonsín, los otros son hoy mis amigos, además de colegas.

No recuerdo exactamente qué dijo cada uno de nosotros. No encuentro los recortes, ni mis textos, y quizá sea mejor así. Ni siquiera sé en qué fecha salió mi nota en Clarín sobre el postboom, pero seguro que fue en el año ‘85, como también estoy seguro de mi azoramiento por la dureza del estilo argentino de polemizar —yo venía de las sutiles verónicas mexicanas— y porque sentía que mis oponentes se lanzaban a defender lo que yo no atacaba.

El artículo más duro de aquel debate fue uno de Lili Heker en la revista "El ornitorrinco", que salió por esos días y en el que prácticamente me despellejó. Yo pedí, en consecuencia, derecho a réplica, la cual se demoró hasta que un día me llamó por teléfono Abelardo Castillo, quien, todo un caballero, me dijo que él no compartía totalmente lo que pensaba Lili ni lo que pensaba yo, pero la verdad era que ya no podría publicar mi respuesta por desaparición de la revista. Me contó que la discontinuaban, y creo que terminé lamentándolo con él.

Aquellos episodios me enseñaron que así eran las cosas en esa Argentina a la que yo había regresado y de la que ya no me fui. Los debates de ideas, las discusiones inteligentes, los intercambios de posiciones entre intelectuales, acaban siendo reducidas a ocasionales confrontaciones periodísticas fogoneadas por jefes o secretarios de redacción que parecen sentir un perverso placer cuando generan lo que en el periodismo actual suelen llamarse, tontamente, "polémicas". En las que lo que importa es el escandalete y no el flujo de la inteligencia.

Y descubrí también que no soy un tipo rencoroso. Creo que supe siempre que los debates e incluso las peleas entre intelectuales pueden ser feroces, pero también —si hay buena fe— pueden abrir las puertas a la comprensión mutua. Y creo que fue eso lo que sucedió con nosotros después de aquellas broncas. Hoy somos amigos con Vicente y con Lili, y celebro que la vida nos permitió superar aquellos enconos. Con Battista creo recordar que nos amigamos poco después, cuando éramos asalariados de la editorial Perfil y ya el Postboom o como se llamara era la posmodernidad que se estudiaba en todos lados, menos en las universidades argentinas. Con Lili fuimos forjando lentamente una amistad basada en el cariño, la confianza y el respeto; hoy ella viene al Chaco todos los años a nuestro Seminario, y al Foro y a cuanta actividad le proponemos, siempre desplegando esa energía y ese encanto maravillosos que tiene. Y con Juan Martini mantenemos una cautelosa amistad más bien distante, epistolar y moderadamente afectuosa.

Pero la verdad es que, para mí, y vista un cuarto de siglo después, aquélla fue una discusión desalentadora. Como me sucedió otras veces, años más adelante, en cada ocasión sentí que la discusión intelectual en nuestro país suele estar teñida de acusaciones de tipo personal, descalificaciones e ironías gruesas, que, sumadas a la intermediación de los medios, son muchas veces más un desperdicio de esfuerzos que una ganancia mental para los lectores. Sobre esto he reflexionado, si a alguien le interesa el asunto, en mi libro "El País y sus intelectuales", publicado en 2004 por la Editorial Capital Intelectual, en una colección popular que fundó y dirigió José Nun.

Muchos años después de aquellas discusiones, hoy mismo, el Posboom es una categoría literaria ya superada que ha quedado, en el mundo académico norteamericano y europeo, como una referencia de época. Sólo la academia argentina no se dio cuenta de ello, ni entonces ni ahora, acaso porque sus ninguneos son tenaces. Pero eso tampoco es demasiado grave. Como sí lo es que esa actitud ha gestado una nueva generación en la que algunos jóvenes egresados (por suerte sólo algunos, claro que rápida y livianamente consagrados por el sistema mediático) practican un deleznable revisionismo respecto de la tragedia argentina de los 70, mientras otros trajinan el ridículo abuelicidio de Julio Cortázar. Y todo ello mientras practican absurdas guerras del cerdo y endiosamientos efímeros, más o menos a razón de tres por década.

Lecturas:

Un nuevo portal digital del Chaco me hizo, la semana pasada, una entrevista virtual. Fue una linda experiencia, sobre todo porque el entrevistador era un joven periodista muy educado y respetuoso —cosa rara— y porque sus preguntas fueron especialmente inteligentes. La charla —aunque virtual, lo fue— finalizó con una requisitoria acerca de mis lecturas:

—Y ya para terminar, ¿qué estuvo leyendo últimamente? ¿Nos podría recomendar algún texto en particular?

—Sí, en el último mes leí la más reciente novela de Ricardo Piglia, "Blanco nocturno"; la última de Guillermo Saccomano, "El oficinista"; un ensayo socio-literario del uruguayo Eduardo Espina, que enseña en una universidad de Texas; y también leí el original de la nueva novela, aún inédita, de Angélica Gorodischer: "Las señoras de la calle Brenner". Una joya, un libro delicioso. Y ahora, como acabo de terminar mi nuevo libro, estoy sumergido en esa enorme novela que es "Kafka en la orilla", de Haruki Murakami. Todo, por supuesto, aderezado con ensayos, artículos, cuentos y poemas como los que a cualquier escritor le llegan. Eso hace que el tiempo nunca alcance, lo cual para mí es una maravilla porque significa que la rueda nunca se detiene.

Ahora, claro, me doy cuenta de que para este blog debo decir algo más. Por caso, que la novela de Piglia me pareció trabajosa y lenta, pero atrapante por original. Escrita con precisión y encanto, me pareció también un verdadero homenaje a Osvaldo Soriano, además de, como siempre en Piglia, a Roberto Arlt. Quizás fue inconsciente lo de Osvaldo, no lo sé, pero a mí me encantó la galería de personajes sorianescos de esta novela, que transcurre en un pueblo bonaerense que recuerda muchísimo a Colonia Vela, y que también tiene su infaltable extranjero, en este caso un delicioso puertorriqueño que combina lo norteamericano con lo latino, y encima asesinado supuestamente por un japonés chiquitito y elusivo.

La novela de Saccomano, en clave negra pero como de ciencia ficción, me interesó especialmente por el estilo seco y despojado de la narración, y por la desolación y violencia del entorno urbano de los personajes, en esencia seres solitarios y desesperanzados que se mueven en los márgenes de las grandes urbes virulentas que se nos vienen encima. Me llamó mucho la atención que el mundo exterior de esta novela es exactamente el mismo de mi novela "Visitas después de hora", aunque en la de Guillermo el trazo está más desarrollado, menos sugerido. Y lo más asombroso es que ese mundo exterior es también, a la vez y otra vez, el que delinea Angélica Gorodischer en "Las señoras de la calle Brenner".

Por eso se me ocurrió pensar que acaso a partir de similares temores filosóficos, quizá estamos iniciando una corriente literaria basada en una visión de mundo argentina que tributa a Ballard, a Bradbury, a Le Guin, incluso a Orwell.

Un mundo que, desde ya, ojalá sea sólo literario. Y si no, que diosito nos ampare.


miércoles, 13 de abril de 2011

A 25 años de la revista Puro Cuento


El artículo está en la contratapa de Página/12 y se titula "25 años y un pequeño desahogo"


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miércoles, 6 de abril de 2011

Ninguneos y cánones: De México y Kansas a Puán


El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Es cierto: hace más de un mes que no escribo específicamente para este relato. Que no planifiqué y que se vino dando, pausada y acaso melancólicamente, al son de los recuerdos. Imagen ésta última que me gusta y no sé por qué, quizás porque me remite al título de uno de los mejores libros de cuentos que leí en mi vida: "De la marimba al son", de Eraclio Zepeda. Y libro que contiene algunos cuentos memorables, como el que da título al libro y otro, igualmente impactante: "Benzulul".

Qué escritorazo es Eraclio, y no sólo porque es un tipo enorme y sonreidor como he visto pocos, sino porque su prosa tiene una musicalidad, un sabor y una gracia que más quisiera más de uno.

Lo conocí en aquellos años mexicanos, cuando el exilio. Creo que me lo presentó Pedro Orgambide, o quizás fue Valadés, o Juanito, se me ocurre ahora porque en los 70-80 era fama que el escritor mexicano llamado a suceder a Rulfo en el favor popular y de la crítica era Eraclio. Cuyos personajes y ambientaciones surianos, de su Chiapas natal, se iban haciendo clásicos. Y con un adicional: Eraclio era, y es, un extraordinario narrador oral, capaz de contar sus propios cuentos con gracia inigualable, con una delicia verbal, yo diría, como no he visto jamás. Recuerdo una vez, en la Sala Nezahuatcóyotl de la UNAM, cómo nos tuvo a casi tres mil personas en vilo durante el relato-lectura de uno de sus cuentos. La misma fascinación con la que, cuando lo trajimos al Chaco en agosto de 2005 y para el 10º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, cautivó a un millar de asistentes en el Teatro Guido Miranda, de Resistencia.

Vino con su mujer y compañera de toda la vida, la poeta Elva Macías, y fue un gustazo retomar en mi tierra una amistad de más de dos décadas. Yo había publicado de Eraclio, por cierto, dos cuentos magníficos en mi revista "Puro Cuento". No recuerdo en qué números, pero sí que publicamos "Los trabajos de la ballena" y "Don Chico que vuela", dos cuentos excepcionales por los que nunca le ofrecí ni me cobró un peso, como se hacían antes las cosas entre escritores. O por lo menos cuando los escritores no dependían del mercado, y se daban permisos o se los tomaban, porque no éramos profesionales sino escritores nomás.

Y es curioso: no sé por qué ahora me acuerdo de todo esto, si yo pensaba hablar de otras cosas. Pero así suele suceder y qué bueno. Porque además, en estos días me siento tan libre como hacía mucho no me sentía. Literariamente, digo, porque déjenme que les cuente que he terminado la novela en la que trabajé los últimos seis años. Precisamente fue en 2005 que la empecé, y ahora me doy cuenta de la asociación inconsciente. No sé si fue por aquellos mismos días de agosto, pero sí que la empecé en 2005. Y acabo de terminarla, en Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, la semana pasada. Es todo lo que diré. Y que espero que un día la lean, ojalá muy pronto. Punto.

Pensaba hablar de otras cosas, digo, porque planeaba seguir enhebrando el relato más o menos ordenado de los apuntes que reaparecen en las viejas carpetas, agendas y cuadernos que vengo rescatando.

Por ejemplo, lo último que posteé al respecto fue de 1986, pero ahora encontré un apunte de 1985 en el que leo una reflexión acerca de un verbo que es un neologismo de origen netamente mexicano: "ningunear". Hoy es ya un lugar común en el léxico de los argentinos, pero hace veinte años era una palabra casi desconocida.

El ninguneo es un vocablo que hay que atribuirle a Octavio Paz, quien lo parió, digamos, en "El laberinto de la soledad", y lo instalamos en la Argentina los argen-mex a nuestro regreso. En artículos de hace veinte años y luego en mi libro "El País de las Maravillas" (que es de 1998) desarrollé el concepto, su origen y su significación.

Circa 1985 y creo que en Buenos Aires, Raymond L. Williams, entonces profesor de la Washington University in St. Louis, Missouri, me dijo que entre los críticos norteamericanos había la costumbre —mala costumbre, coincidimos— de ocuparse de un muy pequeño número de escritores consagrados de América Latina, dejando de lado y en la oscuridad a muchos/as otros autores de valía. Había muy pocas excepciones, y acaso la más emblemática era por entonces la obra crítica de John S. Brushwood (1920-2007), catedrático de la Universidad de Kansas y quien, por cierto, era un extraordinario conocedor de la literatura latinoamericana en general, y la mexicana en particular. Había sido maestro de Raymond y mi anfitrión en un par de visitas que le hice a Lawrence, Kansas.

La expresión "ninguneo" siempre me pareció tan acertada como atractiva, y de perfecta aplicación a nuestras letras. De hecho la mayoría de los críticos argentinos, latinoamericanos, norteamericanos y de donde sea acaban haciendo lo mismo, involuntariamente. No sé por qué, pero acaban recortando el canon, o sea ninguneando. Quizás porque los burocratiza la vida académica y se cansan de leer autores nuevos y diferentes; o porque los amilana el miedo a descubrir nuevos talentos; o porque prefieren marginar y ocultar a los que no son sus amigos, o bien se trata de simples y alarmantes distracciones. Le pasó al mismísimo y tan respetado Angel Rama, cuyas enumeraciones de autores de los años 70 y 80 —hasta su muerte— contienen asombrosos “olvidos”, amén de citas y elogios exagerados y caprichosos a escritores francamente menores que hoy no tienen significación alguna o cayeron en el olvido. Resulta irónicamente simpático leer hoy algunas grandilocuencias de Rama. Hagan la prueba y verán.

En mis apuntes de aquel tiempo (1985-86) yo me preguntaba si en la naciente recuperación democrática de la Argentina no estaría sucediendo algo similar. Encuentro estas preguntas: "¿Por qué no sólo se desconoce aquí a muchos nuevos escritores de significación, sino que —peor aún— hay tanto empeño en ningunear a algunos que van camino de ser valiosos? ¿Y por qué, en cambio, se aplica tanta energía en ignorar méritos y entorpecer el surgimiento de nuevos escritores? ¿Qué es lo que se teme? ¿Y por qué temer a lo nuevo, que puede no ser gran cosa después, pero requiere atención, primero, antes de ser descartado?"

Asombroso apunte sobre el apunte: en julio de 1995 un lector colombiano de mi "Santo Oficio de la Memoria" me escribe una carta en la que relata que en un panel en la Feria del Libro de Bogotá de ese año le reprochó a Raymond Williams, precisamente, que “sólo habla de un pequeño número de consagrados y no menciona a ningún autor de los últimos diez o quince años, y entre ellos a usted, Sr. Giardinelli”. ¿No es gracioso?

Faltaban años, todavía, para que viéramos cómo se entronizaba en las revistas y suplementos literarios argentinos esa misma costumbre: ningunear a éste o aquél; endiosar gratuitamente a tal o cual; recortar la literatura hasta reducirla, cual jíbaros perfectos, a unos poquitos nombres del elenco municipal porteño, consagrados, desde luego, por el canoncito (el diminutivo corresponde a la labor de empequeñecimiento) dictado por los legisladores literarios de la UBA.

Así quedaron y están afuera —ninguneados— Osvaldo Soriano y Manuel Puig, Daniel Moyano y Juan Filloy, Amalia Jamilis y Alfredo Veiravé, por citar sólo algunos nombres. Y entre los que todavía viven y escriben, por qué no decirlo, por lo menos Angélica Gorodischer, Reina Roffé, Carlos Roberto Morán y Fernando López, entre muchos otros que parecen tener vedada la entrada a la academia, por obra y gracia de los mezquinos ninguneos de la calle Puán y alrededores. Que desdichadamente son imitados luego, silenciosos y mansos, por muchas facultades y escuelas de Letras de las universidades del interior del país.

Para el corcho en la pared:

(Papelitos encontrados en el fondo de una caja)

“Este país está tan podrido que la gente le cree a las revistas”. Charlie García en Página/12, 1993. (Hoy diría, supongo, que "le cree a los multimedios").

Probar un personaje que hable como los negros de Faulkner, o como el Joseph de Hebe Uhart en ese libro genial que es "Memorias de un pigmeo". (págs. 53/54, 56, 64, 66).

Muéstrame cómo bailas y te diré cómo amas.

Paráfrasis del “Martín Fierro” en el Café Nino, de Resistencia:

—El café me desvela —dice Peco.

—Mejor que te desvele el café y no una pena extraordinaria —dice Hilda.

Si hay concupiscencia, ¿por qué no hay sincupiscencia?

sábado, 2 de abril de 2011

1982 -2 de Abril- 2011

Tito nunca más

Con este cuento intenté, hace algunos años, abordar una perspectiva de la Guerra de Malvinas. Hoy tiene vigencia y quiero compartirlo con mis lectores.