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miércoles, 23 de marzo de 2011

El golpe en la memoria: 2 artículos en Página/12

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Se cumplen 35 años del golpe de estado del 24 de marzo del 1976. Una fecha que está marcada para siempre en la memoria de millones de argentinos y argentinas.

En esta memoria que vengo escribiendo tiene cabida, y bien podría ser el punto de partida, el primer párrafo.

He aquí algunos fragmentos de la nota que publiqué en el diario Página/12 cuando se cumplieron 20 años del golpe, en 1996.

"La vida, en aquellos días, no era fácil. La economía determinaba también entonces nuestra angustia cotidiana. Yo era muy joven, tenía dos hijitas, y andaba a los saltos, prácticamente con tres trabajos: me levantaba a las seis, y de 7 a 13 era redactor del diario “Crónica”. De 13 a 19 lo era de la revista “Siete Días”, en la vieja Editorial Abril de Paraguay y Alem. Y colaboraba en una revista de humor que se llamó “Mengano” y capitaneaban Carlos Marcucci, el Negro Dolina y Ricardo Parrota. Quién sabe de dónde nos quedaba resto para el humor, si además la censura era tremenda y el miedo paralizante.

"Pero sobrevivíamos, creo, porque éramos jóvenes y nos sobraba polenta. Nos habían ido arrinconando, pero no nos habían asesinado ninguna ilusión. Uno se replegaba hacia adentro, hacia los pocos amigos que quedaban de la militancia y las luchas de la vieja Asociación de Periodistas de Buenos Aires, y en la pequeña solidaridad que todavía era posible en medio de tantos secuestros, muertes y torturas. Por entonces ya escribía mis primeras, secretas narraciones; y a la vez que hacía las cuentas para pagar alquiler, mamaderas y pañales, también llevaba la cuenta de todo lo que no iba a olvidar ni perdonar jamás.

"Aquel marzo ya era obvio lo que se venía. Era cuestión de horas: el gobierno ineficiente de Isabel, el caos justicialista, la Triple A de López Rega, la violencia generalizada, los allanamientos, las sirenas, las pinzas, el terror imperante, prenunciaban el golpe. Y era difícil imaginar lo que se venía, entre la resistencia a salir del país y el pánico si nos quedábamos. Faltaban sólo siete meses para las elecciones, pero parecían siete siglos, y de todos modos nadie sabía a dónde conducirían.

"No era el rumor, sino el silencio, lo que en las calles resonaba. Y encima ya se respiraba un aire ambiguo: mezcla de impotencia, resentimiento y también alivio, para muchos. Los que apostaban al fin del isabelismo a cualquier costo se montaban sobre el hartazgo de la gente. Algunos insistían en el viejo disparate de que “cuanto peor, mejor”. Y la frase hecha: “Esto no se aguanta más”, ya entonces era popular.

"Aquellos días yo no dejaba de evocar el 28 de junio del 66: yo tenía 18 años y el golpe de Onganía contra Illia me hizo ver dos cosas que parecían revivir en ominoso marzo del 76: una, que el golpe de estado gozaba de la aprobación de muchos y el gobierno constitucional la defensa de nadie. Y dos, que desde entonces y para siempre yo iba a llorar todos los golpes de estado. Nunca, ninguno, en ninguna circunstancia y bajo ninguna condición, me alegraría. Ni siquiera el que era evidente que se cocinaba en las sombras.”

Y el que sigue es el artículo que sale hoy, 24 de marzo de 2011, en el suplemento especial del mismo diario, a 35 años de aquel día aciago.

El golpe y la memoria / Página/12 del 24 de marzo de 2011.

Quién hubiera dicho que acabaríamos escribiendo sobre aquel golpe de estado como de un acontecimiento lejano. Porque el ‘76 está acá nomás. Y sin embargo, tan lejos. Si parece cuento, ahora, que aquel 1976 fue el año del avión supersónico Concord y de las Olimpiadas de Montreal donde asombró al mundo una muchachita de Rumania (país comunista entonces) que se llamaba Nadia Comaneci.

Fue el año de la España de Adolfo Suárez, de la matanza en Soweto y el inicio del ocaso del appartheid sudafricano. El de la muerte de Mao y el fin de la Revolución Cultural china que devino madre del gigante actual. El año, también, en que Jimmy Carter sucedió a Richard Nixon.

Y el año en que murieron escritores fundamentales de mi generación: José Lezama Lima, André Malraux, Raymond Queneau, Agatha Christie, Dalton Trumbo y el mexicano José Revueltas.

En poco menos de tres meses de aquel aciago 1976, millones de argentinos y argentinas ya sabíamos que se venía la noche. Empezaba a gestarse una palabra símbolo de la época: “desaparecidos”. Y también empezaba la cuenta de lo que no se iba a olvidar jamás.

Aquel 24 de marzo del ‘76 ya está muy escrito, aunque quizás no suficientemente. Quién podría dar esa medida de suficiencia. Pero lo que nosotros, los de entonces, podemos y debemos hacer todavía es testimoniar lo que fue y ya no es: aquel gobierno ineficiente y genuflexo, las Tres A, el terror imperante y la violencia generalizada, incontenible.

Hoy sólo siguen vigentes algunas estupideces clasemediera y argentinamente eternas: “cuanto peor, mejor”; o “esto no se aguanta más”.

Los que entonces éramos jóvenes, chicos y chicas como los que hay ahora y hubo siempre, en esencia sólo queríamos lo que siempre quieren los jóvenes: que el mundo en que viven sea mejor. Y también queríamos que la democracia en la Argentina no fuese el engaño condicionado que era entonces.

Han pasado 35 años —eso es por lo menos dos generaciones— y es cierto que todo se difumina en la memoria, pero no el dolor y el agravio. Por eso la memoria se sostiene, y ni se diga en nuestra sociedad donde tenemos pilares que cargan la memoria sobre sus espaldas, y sobre todo cuando no hay justicia, o tarda tanto, y no se puede perdonar porque no hay arrepentimiento. Si el dolor no tiene plazo de vencimiento, ¿por qué va a tenerlo el olvido?

La memoria no se rige por razones sino por emociones; la memoria no acepta reglas sino que es regla en sí misma. Es el único laberinto del que los humanos no sabemos salir. Por eso la mejor actitud es entrar y vivir allí. No mansamente sino activamente. Para que la memoria sea motor y no ancla. Para que sea maestra de vida futura y no temor a un pasado que paraliza.

Por eso hace 35 años, o más, que no hay olvido ni perdón. No puede haberlos porque el olvido es siempre razón de la mentira. Y los que proponen olvidos, aquí y dondequiera, como los que se "hartan" de la memoria, son unos mentirosos. Y si borran con el codo lo que alguna vez escribieron con la mano, son unos pobres mentirosos.

No está de más, me parece, decir esto en la actual circunstancia argentina. Después de todo, 35 años después del horror que se simboliza en esta fecha, sigue dependiendo de cada uno de nosotros el seguir forjando la esperanza. •

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