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miércoles, 9 de marzo de 2011

De Vargas Llosa a cuando escribía Santo Oficio de la Memoria en Boston, 1986

El laberinto y el hilo


Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

De Vargas Llosa a cuando escribía Santo Oficio de la Memoria en Boston, 1986:

Primero que nada, unas palabras sobre el debate suscitado por la invitación a Mario Vargas Llosa a la Feria del Libro porteña de este año. Lo que más me impresionó fue la confusión de muchos lectores, que a la manera de los exaltados comentaristas insultadores de La Nación, no entendieron el eje de la cuestión. No se trató de MVLl, ni estuvo en juego la libertad de expresión, ni tiene sentido seguir discutiendo. Simplemente lo que hubo fue un intento de aprovechar el renombre del Premio Nóbel para incidir en la vida argentina. Hubo uno o más vivillos que desde la organización de la Feria jugaron fichas equivocadas, inoportunos por provocación o por ignorancia. Esos son los cuestionados, al menos en mi artículo de Página/12. Pero la incomprensión, la mala lectura y la mala leche... realmente me sorprendieron. Y ni se diga los anónimos, algunos de los cuales pretendieron que les diera espacio en los comentarios de este blog. Si serán caraduras, además de cobardes, puesto que toda diatriba que se escuda en el anonimato es irrecuperablemente cobarde.

Habría que enseñarles el a-be-ce de la educación democrática: se puede estar en desacuerdo, pero hay que escuchar y ponderar primero lo que el otro dice. Y leer bien, desde ya. Yo no sé si tengo razón en lo que escribo; yo dudo, inquiero, pregunto y me pregunto. Pero para seguir pensando... No sé a ustedes que siguen este blog, pero a mí me alarman tantos necios en un país que parece hoy tan dividido. ¿Es inquietante, verdad? Esperemos que sea pasajero.

Apuntes de hace un cuarto de siglo

En un posteo anterior hice mención a la crítica, o en todo caso a cierta manera de ejercer la crítica. Fue un tema que me apasionó hace años, cuando escribía "Santo Oficio de la Memoria" en Boston y 1986. Supongo que entonces estaba muy condicionado por mi descubrimiento del mundo académico norteamericano, que como todo hallazgo fue para mí novedoso y fascinante.

Puedo decir que toda mi vida adulta he estado en relación con críticos literarios académicos de todo el mundo. Los he conocido y muchos son mis amigos. Incluso mis mejores amigos, algunos de ellos. Y yo mismo ejercí —ejerzo aún— ese oficio durante años, enseñando en universidades norteamericanas. Como José Martí, yo también podría decir que conozco al monstruo porque he vivido en sus entrañas.

Comparto mis apuntes de una vieja agenda-libreta de 1986: "Si colonialismo, identidad y dependencia son las palabras claves que toda la crítica parece asumir respecto de nuestra América Latina, cabe detenerse un momento en ese otro concepto que ha desvelado a muchos: la transculturación que hemos sufrido y sufrimos en este continente. Justo es preocuparse por el aislamiento empecinado a que se aplica la nueva crítica norteamericana —la escuela de Yale, su tiranía, como la llamó Colin Campbell— y de los estructuralistas franceses, que ahora desdeñan todo contexto histórico, social y cultural en los textos, para ocuparse casi maníacamente de deconstrucciones puras que convierten a la literatura en una especie de matemática. Los textos así despedazados parecen “word jokes” que conducen a ninguna parte. Y yo me pregunto: ¿No será que el fenómeno de transculturación afecta también a parte de nuestros críticos?

La transculturación es un término propuesto por el escritor cubano Fernando Ortíz, en 1940, con una estupenda definición que tomo del trabajo de Raymond Williams “Crítica literaria y observación cultural” (en Latin American Research Review, Vol. 26 Nº1, otoño de 1986): “Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque este no consiste solamente en adquirir una cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturación, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decir una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación”.

Es decir: transculturación implica, primero, desculturación (pérdida de lo precedente) y enseguida y concomitantemente neoculturación (creación de nuevos fenómenos, o bien adquisición y/o asimiliación de los provenientes de otras fuentes). Esto explica muy sencillamente la parte positiva del fenómeno: renovación, modernidad como constante, aggiornamiento permanente de la cultura de una sociedad dada. Pero pareciera que nuestra crítica se ha quedado sólo en la primera parte: la pérdida, la desculturación. Y se empeña en una resistencia que no por inútil es menos absurda.

Señala el crítico peruano José Miguel Oviedo, en “Escrito al margen” (colección de ensayos sobre literatura latinoamericana, Colcultura, 1982), que nuestra crítica tiene varias tradiciones, y él señala dos que no suelen recordarse pero que aquí me parecen fundamentales: la de los marginados y la de los olvidados. ¿Acaso no explican ambas el empeño en seguir aplaudiendo vacas sagradas que no están nada mal y se han ganado el aplauso con obras memorables, pero que son utilizados para ningunear nuevos escritores, nuevas obras y nuevas corrientes, y particularmente no dejan de ser sino un fiasco al lector y hasta una mala orientación para los editores? ¿Cómo va a crecer nuevamente este país, cómo vamos a rehacer nuestra desmantelada y deprimida cultura si no se lanzan nuestros críticos a la grandiosa aventura de descubrir, de proponer con originalidad, de investigar seriamente y de ayudar —a escritores, lectores, editores— en la necesaria tarea de recuperación de la literatura argentina, para que, por ejemplo, vuelva a tener significación y presencia, y abandone esa tonta y lastimosa autocomplacencia que la detiene, como congelada, en la adoración narcisista de su pasado glorioso?

Una idea temeraria: quizás en el Boom de los 60 se produjo lo que Angel Rama definió en el título mismo de su libro póstumo: “La ciudad letrada". Rama señaló el paso de la ciudad colonial, en la que el grupo letrado, ínfimo, dominó la arquitectura, el gobierno y la cultura, a la ciudad escrituraria en la que una minoría letrada y la inmensa mayoría iletrada produjeron dos lenguajes: el minoritario, que controló la escritura de los registros oficiales públicos y dominó elitistamente la producción cultural; y el otro, mayoritario, que asumió un lenguaje cotidiano, de la vida diaria, de la oralidad que no tuvo expresiones escritas, pero fue, sin dudas, el que realmente hablaron los pueblos latinoamericanos.

Si nos aventuramos en la analogía, quizás el Boom produjo una escritura letrada, que aunque tuvo gran aceptación popular, terminó por estratificarse y colocar al lector en el otro lado; es decir, el lector como admirador que contempla, encantado como ante una serpiente mágica, para aceptar o rechazar.

En cambio en el Posboom, aunque todavía no se ha producido ninguna obra representativa paradigmática, ni el fenómeno tiene cuerpo y definiciones, ya es advertible que la preocupación es distinta. No es populista ni realista, ni es demagógica. Simplemente, la oralidad de nuestras naciones le sirve en la búsqueda de una escritura encarnada en la oralidad de sus lectores. Y creo que ejemplos de esto son las últimas novelas de Antonio Skármeta, de Jesús Gardea, de Isabel Allende o, en nuestro país, cualquiera de las estupendas novelas de Osvaldo Soriano.

Lo anterior es de 1986. Un apunte sobre el apunte propone: "En 1995 pienso que debería mejorar esos ejemplos". Y ahora en 2011 pienso que no habría mejor ejemplo que la reciente novela de Ricardo Piglia, "Blanco nocturno", que en mi opinión es una implícita consagración académca del estilo literario y lingüístico de Soriano.

Para el corcho en la pared:

Una de Julio Cortázar. En sus cartas recién publicadas a su amigo Eduardo Jonquières, pintor y poeta que al igual que él se radicó en París en los 50, escribe esto que suscribo a ciegas y que desde hace muchos años es parte de mi filosofía literaria: "...pienso en mis colegas que se agitan, sudan, corren a los editores y a los periódicos, se mandan cartas de explicaciones, hacen campañas de autobombo e interbombo... ¿Para qué, si lo mejor es escribir cada tanto un buen libro y el resto corre por cuenta del libro y de los demás?"

¿No es maravilloso?

Ha de ser por eso que hoy es moda —vana, desde ya— desdeñar a Don Julio con ironías de segunda clase y cortedad de enanos. Claro que tal estupidez sólo se practica —era esperable— en la Argentina.

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