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viernes, 21 de enero de 2011

QUE SOLOS y el fin del exilio

El laberinto y el hilo

Quienes deseen leer el texto completo de esta memoria personal, lo encontrarán en "EL LABERINTO y EL HILO" (completo)

Quizá, inconscientemente, empecé QUÉ SOLOS porque entreví que la crisis epocal y personal que atravesaba podía arruinar a la otra novela, ese texto grande que por entonces redactaba neblinosamente y sin saber adónde iría a parar. Acaso fue por eso que suspendí la escritura de SANTO OFICIO. Quién sabe.

Buen material para llevar al analista, claro, pero no para este relato.

Lo que hice fue dejarme llevar por el impulso. Y me embarqué en la escritura de otra novela igualmente imprevista. QUÉ SOLOS surgía de manera natural, entonces, ¿por qué no dejarla correr? Muchas veces sucede, o a mí me ha sucedido: aparecen textos en el papel, o en el ordenador, que parecen reclamar, exigir, ser escritos. Es claro que uno puede hacerse el tonto, o el estricto, que es más o menos lo mismo, y dejarlo pasar. Pero un escritor, en mi opinión, es un cazador oculto. Está agazapado esperando que salte la presa. Y es obvio que cuando salte uno irá tras ella, pero lo que uno nunca sabe es cuál será la primera presa.

QUE SOLOS nació, pues, como una historia disparada por la circunstancia que vivíamos miles de exiliados. La sola posibilidad de un inminente retorno al país nos volvía locos. Algunas familias comenzaron los preparativos ya en el 82, después de Malvinas. Y todo el 83 fue un año de toma de decisiones, de resolución de los conflictos que el desexilio plantearía —afectivos, laborales— y todo eso en el marco de la sospecha bien fundada que dominaba a la totalidad del exilio: que si había un país que amábamos pero no daba garantías de nada y en el que podía pasar absolutamente cualquier cosa, ése era la Argentina.

De manera que no creo errar cuando pienso que muy probablemente QUE SOLOS quiso ser en cierto modo un resumen final del exilio argentino en México. Enorme pretensión, lo sé, pero era lo que me pasaba. El 83 y el 84 fueron años demasiado fuertes, definitorios de un futuro imposible de imaginar. Yo no dudé acerca de mi regreso, y no lo digo como mérito, sino como simple descripción de mi caso. En todo momento supe que con la caída de la dictadura yo iba a volver, quería volver, necesitaba y debía volver. Y eso implicaba separarme de México, pero sobre todo de mis hijas todavía pequeñas, que allí quedarían aunque absolutamente en contra de mi voluntad.

La verdad es que no tenía dudas de mi decisión de regresar en cuanto se pudiese, pero el retorno a la Argentina me producía un temor que por momentos era paralizante. Por lo tanto una vez más, y como siempre, me puse a escribir como un poseso. Y evidentemente suspendí la escritura de SOM porque sentía necesario despedirme de México haciendo una rendición de cuentas que sólo podía ser literaria.

Así fue que escribí QUÉ SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS, novela que me llevó un año y medio de escritura intensísima. Y período en el que para mi fortuna tuve a mi lado a C., mi compañera de entonces y una de las mujeres más adorablemente transparentes y directas que he conocido. Con ella hicimos un maravilloso viaje de un par de meses por toda Europa, en un Volkswagen alquilado. Ella conducía y yo escribía, como enajenado, y ambos sabiendo, sin decirlo ni actuarlo, que era el viaje de la despedida. Me acompañó durante casi toda la escritura de esta novela (que obviamente está dedicada a ella) y cuando volvimos a México fue enorme el dolor. Había sido una compañera fantástica, una mujer que ya sentía inolvidable y a la que estaba seguro de que no vería nunca más. Como en efecto sucedió. Jamás volví a verla ni supe de ella, salvo una amistosa y distante nota que me envió —sin remitente— cuando gané el Rómulo Gallegos.

Hoy pienso que esta novela fue escrita desde varios dolores. Yo sentía una doble, acaso múltiple, amputación. Porque tras el regreso de Europa a México y en todo lo que vino después hasta embarcarme en el Aeropuerto Benito Juárez, me tocó la despedida más dura de mi vida: separarme físicamente de mis hijas fue muy largo y desgarrador. Punto. No es para decir más al respecto.

Y también hube de despedirme de muchos amigos y amigas, mexicanos, chilenos, uruguayos, y decenas de camaradas de exilio, algunos de los cuales volvían al país y otros no, y todos y cada uno concentrados en el terremoto personal que significaba esa nueva transterración.

La mía duró todo el último año que viví en México, año que empezó, en cierto modo, la misma noche de las elecciones que ganó Raúl Alfonsín para inaugurar la democracia que hoy vivimos en mi país. (Por cierto, aquella inolvidable jornada del 30 de Octubre del 83, si a alguien le interesa, está intensamente descrita en un capítulo específico en el libro que escribimos con Jorge Bernetti). Entre esa fecha y el 30 de Noviembre del 84, cuando volví a Buenos Aires, terminé esta obra que representaba, hoy lo veo claro, la terminación de un montón de cosas.

La primera edición de esta novela fue en el 85, en Buenos Aires, por la Editorial Sudamericana. Hubo otra edición en España, por Plaza & Janés. Y se tradujo al alemán y al francés. Pero siempre tuve la sensación —injusta conmigo mismo, lo sé— de que es una novela un tanto fallida porque la escribí un poco a contramano. Porque bien o mal demoró la parición de SANTO OFICIO DE LA MEMORIA.


Lecturas: una nota de color local

Esta es la curiosa historia del trompetista de la Banda Municipal de Música de Resistencia “Maestro Luis Omobono Gusberti”, al que le robaron su instrumento en la puerta de su casa. Se publicó en el diario “Norte”, de Resistencia, el domingo 8 de junio de 1997 con el título “Le robaron la trompeta” y es una acabada muestra de cierto estilo del periodismo de provincias:

“El señor Seferino de Jesús Fernández, con 33 años de trabajo en la agrupación Banda Municipal de Música, ingresó a su domicilio ubicado en Inspector Patiño 74, de Villa Los Lirios, ayer a las 15,15 y olvidó el estuche con su respectivo instrumento. Cuando salió de su vivienda, unos 30 minutos después, se sorprendió ante el robo de su trompeta marca Bleisson, en Si Bemol y su boquilla respectiva. El instrumento posee una pequeña aboyadura (sic) donde va la campana y algunas soldaduras, su estuche es de color marrón, con cierre y dibujos cuadriculados. El hecho se suma al robo de otro instrumento, hace un par de días en Corrientes, donde los cacos dejaron sin su bandoneón a otro integrante de la Banda Municipal de Folklore. El señor Seferino de Jesús Fernández solicitó a la comunidad la cooperación para recuperar su trompeta ya que su costo sobrepasa los 500 pesos”.

¿No es una nota preciosa? Lo penoso es que nunca publicaron, después, si el pobre Seferino recuperó su trompeta o no.

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